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hiperacusia

¿Cómo es vivir con hiperacusia?

Ilustración

¿Sabía que para el 10% de la población los ruidos que los demás percibimos como normales son una pesadilla? La autora nos cuenta en qué consiste esta condición que a cualquiera le puede dar en algún momento de su vida y cómo es vivir con el ruido al cuello.

Una línea roja me persigue. 

Siempre que escucho ese silbido, imagino una línea roja que se pierde dentro de mis oídos. La imagino roja porque me duele. Esa línea roja es un acúfeno o tinnitus, o sea “una percepción de ruido en los oídos o en la cabeza sin que exista una fuente exterior de sonido”. Es decir que escucho un sonido que no existe, producto de mi oído interno. El acúfeno es un síntoma común en personas que sufren de hiperacusia, como yo. 

Trrrrrr

hiperacusia

Suena un taladro en el apartamento de abajo, la línea roja crece, se hace cada vez más grande y su intensidad me perfora los oídos. No, definitivamente no puedo trabajar aquí. Me levanto del escritorio y decido irme a la biblioteca. En la calle, una moto pasa a mi lado, se dispara la alarma de un carro, un perro ladra, un rapitendero pasa arrastrando ese frankenstein de bicicleta con motor cuyo ruido estridente no soporto. Me empieza a doler la cabeza y el dolor de oído se intensifica; la línea roja ha desaparecido, ya no la escucho, se pierde en la cacofonía bogotana.

Un artículo de la Universidad de York, ubicaba a Bogotá entre las ciudades que sobrepasan los niveles de ruido permitidos. Según la OMS, el ruido ambiente en las ciudades no debería sobrepasar los 65 decibeles y la capital colombiana se ubica entre los 70 y 83 decibeles. Probablemente usted no sabía eso, porque probablemente no vive pensando en el ruido, y lo último que le preocupa es a cuántos decibeles está su ciudad. Pero yo desde que vivo con hiperacusia he aprendido más de contaminación auditiva y enfermedades del oído que cualquier otra cosa.

hiperacusia

La hiperacusia o algiacusia es una condición según la cual una persona percibe los sonidos ambientales amplificados, lo cual le causa molestia o dolor. Si nos remitimos a la etimología de la palabra, “el prefijo ‘hiper’ significa por encima de y ‘acusis o akoyein’, oír; es decir, sensibilidad auditiva o intolerancia a los ruidos”. No se habla de enfermedad, ya que la hiperacusia es una condición de alta sensibilidad que algunas personas han desarrollado. Algunos autores la han definido como “una reducción del umbral de tolerancia a los sonidos ambientales o bien una respuesta exagerada o inapropiada a sonidos que no son molestos para una población sana”

Leo la definición y me resulta injusta… ¿Respuesta exagerada? ¿Cómo es que a las demás personas no les molesta? ¿Cómo hacen para vivir entre sirenas, alarmas, pitos, motores, altavoces y ladridos? De camino a la biblioteca, las puertas del transmilenio chillan cada vez que se abren. A pesar de que tengo puestos los tapones aislantes, me molesta el ruido. Ninguno de los otros pasajeros parece sentir molestia alguna por el chillido estridente de las puertas. Entonces pienso que tiene sentido que los pacientes con hiperacusia sufran no solo de dolor de cabeza, fatiga, tinnitus y dificultad para concentrarse, sino también de ansiedad y depresión; que sea común volverse irritable y sobretodo tender a aislarse de las actividades sociales, tal como señala The American Academy of Audiology.  

Sufro de hiperacusia desde hace tres años y desde entonces mis actividades sociales han disminuido considerablemente. Los conciertos y las fiestas son algo impensable para mí. Vivo con el temor constante de que en alguna reunión familiar algún niño explote una bomba o rompa en llanto.  De salir a algún sitio con mis amigos y que la música esté demasiado alta o alguien tenga un tono de voz demasiado fuerte o chillón. Evidentemente, esto me ha disparado la ansiedad y me ha generado episodios de depresión, pues aparentemente la cura para esta situación es algo que se sale de mi control: el ruido. Y por eso creo que además he desarrollado cierta fonofobia, es decir un miedo extremo al ruido. 

Ahora, quisiera volver a la definición de hiperacusia: “respuesta exagerada”. ¿Es decir que escucho más que los demás? No, la hiperacusia no significa hiperaudición como mal podría entenderse, sino que por el contrario se presenta en personas que tienen audición normal o incluso pérdida de la audición.  

Así que no es que tenga un oído biónico y escuche más que los demás, sino que mi oído o mi cerebro traducen los sonidos con mayor intensidad. Aún no logro descifrar en cuál de los dos está el problema.

Otra particularidad de la hiperacusia es que no es fácil determinar su diagnóstico, ya que la causa de la hiperacusia no se ha logrado establecer con certeza. La literatura médica coincide en algunas causas como: un trauma acústico, un procedimiento quirúrgico o algunas condiciones de salud previas. Es decir que si, por ejemplo, una persona estuvo expuesta a un sonido muy fuerte, tuvo una cirugía del oído o tiene una enfermedad de base podría desarrollar hiperacusia, que siempre surge como consecuencia de alguna situación primaria. Nunca se manifiesta por sí sola.

hiperacusia

Aunque no se ha podido identificar su causa, la hiperacusia está asociada a enfermedades como “la enfermedad de Menière, la fístula perilinfática, la sordera súbita, la otoesclerosis, parálisis facial de Bell, la miastenia gravis, la esclerosis múltiple, el síndrome de Williams y el síndrome de Ramsay Hunt [...] se ha asociado a condiciones como el estrés postraumático, el traumatismo craneoencefálico, la fibromialgia, las migraña, la depresión, el síndrome de hipertensión intracraneal benigna, el trastorno del espectro autista, entre otros.” En mi caso, es posible que la causa sea el bruxismo. Es decir, que la tensión que hago con la mandíbula al dormir, puede estar afectando al oído.   

Ya estoy en la última estación, me bajo y camino dispuesta a hundirme en la ciudad. Como llevo puestos los tapones en los oídos, me siento protegida. Pero me empiezan a tallar y siento una presión en la sien que me obliga a quitármelos. Cuando los levanto, siento como si mis oídos se ahogaran con todos los ruidos y estos se quedaran en mi cabeza. Me mareo. Permanezco unos minutos quieta. La línea roja arde. Siento como si sangrara. 

Después de unos minutos y un gran esfuerzo, mis oídos se adaptan. Recuerdo que el Dr. Rodrigo Rey Navarro, otorrinolaringólogo adscrito a Colsanitas me dijo en una cita: “el uso de tapones aislantes puede ser contraproducente”,debido a que estos acostumbran tanto el oído a una intensidad que luego, al retirarlos, los ruidos se perciben mucho más fuertes y aumenta la sensibilidad. En esa misma cita, el doctor revisó mis oídos y mi nariz, me dijo que el tímpano estaba bien (lo cual me tranquilizó), me mandó un examen de audiología y me remitió al otólogo, un médico que se especializa solo en el oído.

El doctor Rey Navarro tiene la misma duda que yo, pues tampoco sabe si el oído está siendo afectado a causa del bruxismo, o si se trata de una reacción de mi cerebro, que percibe los estímulos de manera exagerada. Dependiendo de la respuesta el tratamiento irá en uno u otro sentido. Si se trata del oído, el tratamiento será una desensibilización o reeducación del oído, mediante terapia de ruido blanco, ruido rosa o ruido marrón. Es decir, someterse a estos sonidos cuya frecuencia auditiva es tan baja, que enmascara los demás ruidos y permite que el oído se vuelva más tolerante, y a su vez que los acúfenos disminuyan. Si se trata del cerebro, la terapia consistirá analizar porque hay una respuesta exagerada a los ruidos o estímulos y disminuir esa reacción. De eso se encargaría una terapeuta ocupacional.

Por fin estoy sentada en la biblioteca, mi mezquita, el único lugar en donde los ruidos están controlados y puede exigirse el silencio. Mientras termino de escribir estas líneas y bostezo (he dormido solo cuatro horas a causa de los ruidos de una ciudad que nunca está en silencio), pienso en la mala fortuna de pertenecer al 10 % de la población con hiperacusia, en que quisiera que los ruidos no me alcancen, que la terapia funcione y que pueda realizar mis actividades cotidianas de manera normal. Sin brincar porque alguien tiene música a todo volumen o una llamada en altavoz, sin que se me dispare la ansiedad porque alguien habla gritado o se ríe muy fuerte, sin temor a tener que salirme de una reunión social y sin tener que taparme los oídos cuando suena una alarma, una moto, una sirena,un carro, un pito, un taladro…

Ana Montoya Caballero

Desde que tenía doce años, supo que quería ser escritora, pero luego creció y lo olvidó. Abogada de la Universidad del Rosario, magíster en Literatura y Cultura del Instituto Caro y Cuervo. Trabajó un tiempo como abogada y luego migró al periodismo. Ha trabajado para Ámbito Jurídico y Colprensa. Ha colaborado en Salsa sin Miseria, la Oreja Roja y el Latinamerican Post. También ha hecho guiones para podcast en Ochenta Studio y Ezquizophonia. Le encanta leer a J.D Salinger y siempre pierde las sombrillas.

Desde que tenía doce años, supo que quería ser escritora, pero luego creció y lo olvidó. Abogada de la Universidad del Rosario, magíster en Literatura y Cultura del Instituto Caro y Cuervo. Trabajó un tiempo como abogada y luego migró al periodismo. Ha trabajado para Ámbito Jurídico y Colprensa. Ha colaborado en Salsa sin Miseria, la Oreja Roja y el Latinamerican Post. También ha hecho guiones para podcast en Ochenta Studio y Ezquizophonia. Le encanta leer a J.D Salinger y siempre pierde las sombrillas.

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