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¿Cómo convivir con una familia tóxica?

¿Cómo convivir con una familia tóxica?

Ilustración

Las familias tóxicas son más comunes de lo que creemos, y no siempre es fácil entender cómo lidiar con esos seres humanos que en lugar de amarte, muchas veces te atacan o te hacen sentir mal. Es complejo pero no imposible. La autora de este texto nos cuenta cómo lo logró.

La primera interacción con el mundo es la familia, ese lugar que debe —o en teoría debería— ser un espacio seguro para que, como los integrantes más recientes, se pueda crecer y conocer la vida bajo un ambiente de confianza, amor y cuidado mutuo. Sin embargo, como a muchas otras familias, a la mía poco le interesaba ser ese modelo funcional y respetuoso. El abuso emocional y físico, la inexistencia de apoyo emocional y la manipulación constante eran parte de la dinámica familiar.

Para Viviana Zapateiro, Psicóloga de Colsanitas, “el vínculo afectivo, el establecimiento de límites y normas, y la comunicación, son factores que cuando no están en orden o no son sanos, crean un apego inestable e inseguro. Un apego que no sea sano o sin límites o normas en estilos parentales autoritarios, permisivos o sobreprotectores son lo generan lo que [hoy muchos] llaman toxicidad”, subraya.Desde muy joven, uno de mis anhelos era tener una familia como la de mis compañeros del colegio. Al menos una en la que la violencia no fuera un aspecto normalizado. Quizás mis primeras interacciones con otras personas habrían sido más sencillas, menos a la defensiva. Cuando naces en un hogar en llamas, crees que el mundo externo también se está quemando, atacándote. Con el tiempo, hice amistades más parecidas a mí, y me di cuenta de que no todas las familias eran como en las novelas, esas donde la comunicación asertiva, el respeto y la empatía eran la regla.

Diferentes comportamientos que por años normalizamos y veíamos como características “propias” de nuestras familias, resultaron siendo un factor común que compartíamos y desde el que conectábamos a través de los traumas. Las “críticas constructivas” sobre el aspecto físico, los gritos o golpes, las responsabilidades heredadas siendo aún niños, la sobreprotección que llegaba a la obsesión o por el contrario, el rechazo total hacía las capacidades de los integrantes de la familia, desencadenaron varias de nuestras inseguridades. Crecimos construyendo muchas de nuestras bases desde el autodesprecio, pasando por un historial de relaciones interpersonales fallidas, para al final, sobrellevar y analizar el dolor en conversaciones con amigos y sesiones de terapia que hasta el día de hoy no terminan.

Hasta hace poco, me sentía avergonzada cuando mi familia era el tema de la  conversación, pues nunca hablo de ellos a menos que se me pregunte directamente. También llegué a sentir envidia cuando alguien contaba sus anécdotas familiares como recuerdos cálidos y preciados. Para frenar este malestar emocional que cargaba diariamente, después de mucho esfuerzo, pude alejarme de mi núcleo familiar. Y luego, me comprometí a sanar el vínculo con aquellos que también estaban dispuestos a sanar la herida en común.

Según Viviana Zapateiro, psicóloga de Colsanitas, “la persona que ha crecido en este tipo de ambiente lo primero que tiene que hacer es procurar sanar. En este sentido, tengo que decidir si lo hago cerca de mi familia o lejos de mi familia. Entonces necesito hacerme consciente de que yo no puedo seguir adelante si yo no sano esas heridas, si no equilibro mi vida emocional”.

Romper el ciclo tóxico de la violencia y el dolor de mi legado familiar ha sido un trabajo casi titánico. Luego de horas de terapia, he podido darle importancia a priorizar mi bienestar emocional sin sentirme culpable ni culpar a mis familiares. Finalmente ambos estamos sujetos a esa cadena de traumas y rabia heredados por generaciones.

El primer paso —y de mis mayores logros— en este proceso ha sido establecer límites con mis familiares. Aunque es una práctica constante, librarse de la culpa y no flaquear ha restablecido mi autopercepción y mejorado mi relación con mis amigos y conocidos. El segundo paso fue quizás el más drástico: independizarme lejos de mi familia, en otra ciudad. Este último fue difícil no solo por la carga emocional, sino también por temas económicos y de logística.

Sobreviví a mi familia tóxica por más de 25 años antes de poder irme. En el presente estoy agradecida conmigo misma por brindarme el bienestar de la seguridad. Sé que, para algunos, mudarse no es posible o siquiera imaginable a corto plazo. Por eso dejo aquí algunos tips que me funcionaron para convivir con mis familiares —sin perder la cordura— mucho tiempo antes de mudarme:

1.   Establecer límites desde la palabra: darse su lugar cuando se depende económicamente de una familia tóxica puede parecer hasta un ataque directo para ellos, pero es la muestra de amor propio principal que uno debe brindarse a sí mismo. Comunicar abierta y respetuosamente el trato que se requiere, pues la dignidad no es un asunto negociable.

2.   Buscar o reencontrar con momentos de conexión: las actividades compartidas, los hobbies y gustos en común pueden ser un punto de encuentro para usted y sus familiares. Mirar fotos de eventos familiares y reconstruir las historias detrás de estas son momentos que recuerdo con amor.

3.   Reflexionar y reconstruir: cómo ha afectado la toxicidad al legado familiar es crucial para reconocer al otro, pues hay que recordar que muchas de estas son interacciones heredadas, no construidas. Reconocer la humanidad de cada uno y sus carencias, tanto en uno mismo como en sus familiares, es en parte romper los patrones negativos que llevan sosteniendo por años esas dinámicas. La reacción violenta de los miembros de la familia y la propia hace parte de un sistema de constante defensa en un ambiente hostil.

4.   Ir a terapia familiar: parece obvio, pero sin terapia es aún más complejo y lejano encontrarse con sus familiares. Este punto puede ser controversial y acomodado, pues en ocasiones no se tienen los recursos económicos, o las herramientas comunicativas para animar o convencer a los familiares de comenzar un proceso terapéutico. Si es su caso, intentar acceder a una terapia individual, ya sea privada y paga o gratuita en líneas de atención, grupos de apoyo o instituciones de salud o de educación, puede ser buenas opciones para un inicio.

5.   Practicar el perdón: en mi dinámica familiar, el perdón nunca se implementó, nunca hubo una reparación verbal del daño. Con mis familiares más cercanos y que aceptaron construir un vínculo saludable, regresamos al tema del pasado para perdonarnos y reconocer que ya no éramos esas personas que se causaron ese dolor.

Hay que recordar que el proceso de sanación lleva tiempo, tiene retrocesos y no es seguro que será cien por ciento efectivo. Eso sí, ten en cuenta que no eres responsable de los sentimientos y acciones de los demás, puedes ayudarlos, pero no cambiarlos

Hoy en día, mis amigos y mi pareja, son parte de esa familia que tanto pedí. Aún conservo la relación con mi madre y mi tío luego de permitirnos un legado nuevo donde prima el diálogo y el cuidado en la vulnerabilidad. En cuanto a los demás, el impulso de conversar mi vínculo con ellos nunca fue fructífero, el desgaste y la continua decepción me llevó a renunciar a ellos en nombre de mi salud mental.

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