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Los 10 del Premio Arte Joven 2022

Los 10 del Premio Arte Joven 2022

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Estos son los 10 finalistas del Premio Arte Joven 2022. Conozca sus historias y los procesos que llevaron a la creación de sus obras. Este 24 de noviembre a las 7:00 p.m. anunciaremos a los ganadores.

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Día 10
Astrid González
Frigio
Video, impresos y libro de artista
Medellín

Esta no es una clase de historia. Pero vale la pena recordar que en 1791 François Toussaint-Louverture lideró una improbable batalla de Independencia frente a los colonos franceses. Vencieron y Haití se convirtió en el primer territorio libre en el continente americano. Repito: era un triunfo improbable, los franceses tenían armas, habían efectuado el tránsito de la colonización simbólica a la material y habían impuesto una sólida estructura política; pero no contaban con dos variables que reescriben las historias: los haitianos no tenían nada que perder –preferirían la muerte antes de seguir sufriendo las vejaciones de las que eran objeto– y contaban con un líder que pensaba como haitiano y como francés.  

Diecinueve años más tarde, el ejército de Simón Bolívar continuaría una secuencia de gritos independentistas con el triunfo en Colombia. Un líder mestizo, muy alejado de la inflexible voluntad negra de Toussaint-Louverture, encabezó a los criollos. Dos batallas distantes y distintas con intercambios de cartas y voluntades. Sin embargo, el símbolo es el mismo: un sombrero rojo con un ridículo aire pitufino que se arroga el significado de “libertad”. Ese gorro se llama Frigio, al igual que la poderosa obra de identidad y lucha con la cual Astrid González se convirtió en finalista del Premio Arte Joven 2022. 

La obra está compuesta por un video en el cual un hombre negro se funde en humo blanco; dos impresos con los escudos de Haití y Colombia en los cuales el sombrero frigio grita en ruidoso rojo sangre sobre fondo negro; y un libro de artista con versos y cartas de nuestras siempre relativas independencias.

Antioqueña, hija de padres chocoanos, Astrid no es paisa. Esa narrativa de carriel y montaña, que el pueblo antioqueño ha construido como versión única de su identidad, ha sabido invisibilizar la presencia indígena y a la inmensa población negra del Urabá. Antioquias, en plural, fue el nombre con el cual la venezolana Nydia Gutiérrez inauguró su gestión como curadora del Museo de Antioquia en 2018. Un reconocimiento estético de la diversidad silenciada. Esta no es una clase de historia, pero no está de más escribir que esa curaduría buscaba arrojar luz sobre lo obvio, sobre lo que para muchos es antropología, literatura o arte, pero que para cientos de miles de antioqueñas, como Astrid, es biografía y conciencia de la invisibilización.

Ese humo que todo lo blanquea en su video ha estado presente en Antioquia desde mucho antes de que ella naciera y sigue ahogándolo todo, tratando de ocultar lo inocultable. En palabras de Astrid: 
“Las experiencias de racialización me llevaron a preguntarme por qué pasaban estas cosas. Las lecturas de antropología e historia abrieron el camino. Luego me acerqué a grupos de jóvenes afrodescendientes que estaban en las mismas búsquedas y llegué a las artes visuales como camino de expresión”. 

El poder de lo simbólico es la única fuerza capaz de crear la ficción de una patria. El poder de lo simbólico es también lo único capaz de apaciguar la voluntad de un pueblo, incluso más que las torturas y las armas. El poder de lo simbólico es, sin exagerar, capaz de convertir un poema disparatado de Rafael Núñez en júbilo henchido a todo pulmón en un estadio lleno de gente contemplando a un ejército de futbolistas al borde de la eliminación. No está de más recordar que el poder de lo simbólico es capaz de muchas cosas, pero no de convencernos de que un sombrero rojo significa libertad en este pueblo que niega lo negro y lo indígena y que perpetúa la esclavitud mental. Pero esta no es una clase de historia.

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Día 9
Felipe Romero Beltrán
Dialecto
Fotografía
Bogotá

Mediterráneo. El mar en medio de tierras, la cuna de la civilización occidental, el verano de Camus, la esperanza de viajeros. El trayecto entre Tanger y Sevilla –del norte de África al sur de España– es el escenario de vidas fracturadas, naufragios y giros en el destino para miles de migrantes. También es el espacio en el que tiene lugar la obra Dialecto, del bogotano Felipe Romero Beltrán.

Las fotos de Felipe se mueven en la línea fronteriza entre el documento y la estética. Sus preocupaciones se adentran en la lectura de una sociedad desigual, la violencia geopolítica y los desencuentros y choques que generan los masivos movimientos humanos. 

Su propia condición de migrante lo convierte en un testigo que se acerca con empatía y que logra capturar la sensibilidad de una escena muchas veces repetida con distintos protagonistas marroquíes, venezolanos, colombianos, en distintas latitudes y tiempo, pero con la huella común del desarraigo.

Los retratados, Bilal Siasse, Hamza Chabouni y Youssef Elhafidi, colaboran en la creación de la obra; en la recreación de su anecdotario migrante reviviendo esta imagen, mediterránea y universal.

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Día 8
Jennifer Fonseca
Me visto
Videoperformance
Pereira

Jennifer Fonseca se viste con otro cuerpo. Ella está vinculada con lo otro, con la otra, desde la fantasía, desde el deseo y desde una confesable cuota de envidia. Esa otra que perrea superpuesta sobre su baile cuenta con atributos que Jennifer quisiera tener: exuberancia en el cuerpo y sensualidad en el gesto.

Me visto es el nombre de este performance registrado en video, en el cual la artista pereirana se desdobla y se desnuda en otra piel. El medio audiovisual es una conquista tardía en sus búsquedas expresivas. Antes recorrió la pintura –una de ellas fue finalista del Premio Arte Joven en 2018–, después exploró la escultura y posteriormente llegó al vestido y al video. “Estos son medios a los que llegué por necesidad. Sentía que tenía que ir más allá. Me acerco a la moda desde el comportamiento, desde lo que se repite y es adoptado por otros. Desde el vestido, la escultura y el video pude ir más allá de la representación, vivir mis preguntas, encarnarlas”, afirma Jennifer.

Sus preguntas han alternado entre el consumo y la imagen. Sus estudios de Negocios Internacionales se sitúan precisamente ahí, en la comprensión de una transacción permanente que nos define como sociedad y que cada vez está más mediada por la imagen. Iconoclastas y sensuales, nos aferramos a la tentación de la publicidad y al bombardeo del sexo con la misma fidelidad que a los íconos de la religión. El Che Guevara, Only Fans y la estampita del Divino Niño son oxígeno para nuestros ojos. 

Las coincidencias con otras obras de la muestra confirman la línea curatorial trazada por María Isabel Rueda. En este video, al igual que en el de su compañera de exposición Hétera Frine, las imágenes en video crean una tensión explícita entre lo deseado y lo vivido, juntas fantasía y realidad logran, en palabras de Jennifer, “exacerbar la carencia y convertirla en una potencia”. Por otro lado, también de manera convergente con la pieza de la finalista Raquel Moreno, esta obra expresa el deseo de ser otra, otras, muchas, y la simulación o el desdoblamiento para transformarse sin dejar de ser una misma. 

Sin embargo, esa conquista de la impostura es parcial. Un desfase revela el desajuste entre lo deseado y lo real.  Una sombra es el vestigio de lo que sobra. Vestirse es disfrazarse, desnudarse o arrancarse la piel, sinónimas de una ilusión inalcanzable. 

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Día 7
Linda Pongutá
Tasqua
Escultura
Bogotá

Después de vivir muy de cerca la convalecencia y la muerte de su abuela, la artista bogotana quedó en cierta forma atrapada en los alrededores del Hospital San José, en la Plaza España de Bogotá. Experimentaba una sensación fantasma, de deriva, y una urgencia de expresar su frustración ante la enfermedad y la pérdida. 

Muchas veces, cuando había ido a visitarla a lo largo de la hospitalización, la encontró hundida entre telas empapadas de sangre. Esa imagen, esa materia, esa asfixia ante el dolor ajeno que al ser amado se vuelve propio, se materializaron en la obra Tasqua, finalista del Premio Arte Joven 2022.    

La escultura de Lina Pongutá despliega una pesada tela cubierta con sangre seca de cerdo. Esta especie de cuerpo extendido exhibe pliegues similares a un patrón de vaginas sucesivas. La intervención industrial sobre esa materia orgánica la endurece con aceite para carro quemado, con varillas de hierro y, al final, con sangre de drago para cicatrizar las heridas. 

En esta obra estremecedora y lúcida, la sangre es materia orgánica que vincula lo animal con lo humano, pero es también vitalidad ante la muerte. “Tasqua” es una palabra muisca que alude a la “mutación”. Para los muiscas, la sangre es circulación constante, natural, viva. En esa medida, esta obra conecta con un proceso de fluir tras la búsqueda de un camino a la sanación.

La pared de la galería sostiene a Tasqua. Las horas de los enfermos avanzan espesamente. El cuerpo está abierto. La sangre está seca. La muerte está afuera. La vida, entre los pliegues. La ciudad oxida el hierro. La grasa baña las cicatrices. Los hospitales están llenos. La obra huele a dolores e invoca el tacto. La sangre circula al interior de los cerdos, las artistas y las abuelas.

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Día 6
Raquel Moreno
No control
Acrílico sobre lienzo
Bogotá

Mujeres a puerta cerrada, mujeres que sudan, tienen pelos, sueltan pedos, desean, odian, aman, sangran. Raquel no está sola, una cohorte de mujeres la acompañan y aparecen en cada uno de sus retratos, ellas son la inspiración, la motivación y la proyección de la identidad silenciada de esta artista bogotana.

Para llegar a ellas, Raquel ha tenido que entregarse a un doble ejercicio, primero de intimidad y después de desdoblamiento. Una puerta separa a Raquel de esas mujeres y a esas mujeres de sus pinturas.

Fuera de su espacio, al momento de usar las palabras, Raquel es tímida, su voz tiembla, su mirada es huidiza. El lenguaje con el cual se siente cómoda es otro: al cerrar la puerta, entre acrílicos, pasteles grasos, lápices y marcadores, Raquel, es otra, es otras, es muchas.

Algunas están inspiradas en la literatura, otras en la música, en grupos como Pixies o Él Mató a un Policía Motorizado. Otras surgen de su imaginación o son amigas tutelares que la protegen y la acompañan, otras son simplemente un espejo, un espejo desnudo y franco.

La obra No control, un acrílico de casi dos metros por metro veinte, es la manera en la que Raquel intenta recuperar el control. Otra ella; sangrante, con pelos en las tetas, en los sobacos, con los ojos rojos, sangrantes, alucinados, habla por sí misma en un momento en el cual su cuerpo rechaza los medicamentos y las hormonas están en crisis.

El cuadro de gran formato surge a partir de un pequeño dibujo que Raquel ha calcado y ampliado desde un acetato en un retroproyector.

Con acierto la artista llama a estas mujeres “dibujos furia''. Trazos sin control, fuera de los contornos; como las mujeres, los brochazos también tienen pelos, los pasteles también manchan. El gesto es fuerte, rudo. En el resultado final, todas ellas son más grandes que Raquel. La puerta de la intimidad se abre a través de la obra de Raquel Moreno. Estas pinturas nos invitan a entrar en su intimidad y liberan a todas las mujeres que son ellas, para que puedan salir y gritar en silencio.

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Día 5
Sebastián Mira
Más verde que los jardines en flor, pero más estéril que el césped de plástico
Video digital
Bogotá

Alguna vez, Arthur Rimbaud vio archipiélagos siderales e islas cuyos cielos delirantes estaban abiertos al viajero. Hoy, es posible ver jardineros digitales y selvas cuyos verdes follajes existen solo en simulaciones de videojuegos. 

Sebastián Mira es precisamente un jardinero digital. Y sobre esa intervención del paisaje trata su excepcional obra Más verde que los jardines en flor, pero más estéril que el césped de plástico, un video monocanal de 10:00 con sonido estéreo. La luz verde tras la pantalla invita al viaje, un recorrido por la espesura de un paisaje apacible creado entre bits y horas de ocio. 

En esta obra, la vocación artística de Sebastián converge con su perfil de gamer, una mezcla transversal a sus proyectos, también marcados por los desechos industriales y por la maquinaria pesada en medio de la cual creció. Su familia administra una distribuidora de repuestos para camiones y ese peso del metal rodea su espacio creativo convirtiendo el estudio en una bodega, el taller en un taller. Lo material trata de imponerse, pero la pantalla abre una ventana virtual hacia la fuga. 

El trabajo de Sebastián se ha exhibido en The Wrong Biennale (2022), Espacio Binario (2022), Worm Filmhaus (2021), Espacio Odeón (2020), el Museo de Arte Carrillo Gil (2020), Arebyte (2019), e Internet Moon Gallery (2019), entre otros espacios. Además de sus proyectos individuales, Sebastián hace parte de Johnson & Jeisson, una dupla artística interesada en las prácticas contemporáneas del landart; junto a Juan Manuel Parra –finalista del Premio Arte Joven 2021– juegan con humor e ironía con las tensiones provocadas por el encuentro entre lo urbano y lo rural, entre lo orgánico y lo virtual, entre la electrónica y la carranga.

En esta obra esas tensiones y reflexiones son eludidas de manera deliberada. El paisaje virtual es escape sin atenuantes, la naturaleza no está subordinada a los discursos convenientes del medioambiente o el territorio, el verde es placer sensorial puro, como si la naturaleza que muere afuera recobrara vida al ser recreada a través de un teclado y volviera a su pureza original: la nada verde y sensual.

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Día 4
Edi Jiménez
Herida
Instalación de dibujo (vinilo adhesivo)
Bogotá

Edi trabaja sobre la piel y bajo la piel. En la superficie traza con agujas y tinta las marcas escogidas por otros para ser llevadas en sus cuerpos como rasgos de identidad. Del otro lado, se adentra en la carne propia, en la grasa propia, en el cuerpo propio para redibujar la gordura desde la aceptación y el abrazo.

Un abrazo. Es así como nos recibe Edi en su espacio de trabajo al momento de grabar este video. En el centro de la sala, junto a una ventana que observa La Caracas muy de cerca, está la silla de tatuaje donde recibe clientes a diario. Al lado está su computador, donde crea la mayor parte de su versátil trabajo artístico y de su producción gráfica para Rat Trap y para el Colectivo Oasis. El tatuaje, la gráfica y las artes visuales convergen en sus búsquedas como lenguajes expresivos. A través de todos estos medios, la búsqueda es la misma: descifrar el cuerpo, conjurar la belleza, revisitar la piel.

En cada una de sus piezas la pregunta se repite con variaciones autorreferenciales; por un lado está la relación con su cuerpo, por el otro la ciudad en la que vive, sus preferencias de género, todos ellos a la vez cuestionamientos y reafirmaciones en torno a la identidad: “Habitar un cuerpo gordo, ser una persona diversa; querer ser una cosa, pero ser otra. Toda mi obra gira una y otra vez sobre mí y sobre el cuerpo”, afirma Edi.

Eso es Herida, la obra con la cual Edi es finalista del Premio Arte Joven 2022.  Dispuesto en el primer piso de la Galería Nueveochenta, este dibujo reproducido en vinilo adhesivo de 2x2 metros exhibe un imponente cuerpo gordo, lleno de espinas y cicatrices. En una posición suplicante, parece anhelar el contacto con algo lejano, inalcanzable, mientras disfruta del paisaje y del peso de la belleza propia. El color rojo oscuro de la pieza no es gratuito. Se trata de una aproximación a la carne y a la sangre, aquello que todos somos por igual bajo la piel.    

A veces, la manera más profunda de adentrarse en la propia piel es revestirse con otra más parecida a lo que somos por dentro. De ahí, el tatuaje y las exploraciones performáticas a través del drag que Edi ha encarnado por largo tiempo. En conjunto, su creación está comprometida con un activismo del cuerpo. A veces una aguja, a veces una imagen y a veces un abrazo hacen falta para sentir la carne, las espinas, la Herida.

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Día 3
Jahirton Betín
Caracoles de no colores
Instalación
Chinú, Córdoba

Jahirton investiga las problemáticas medioambientales asociadas con su territorio: el Caribe colombiano, entre la Ciénaga Grande y la Sierra Nevada de Santa Marta. De acuerdo con lo que afirma en sus statement, en la obra del artista costeño los ecosistemas de la región y la fauna son protagonistas y recrean composiciones que aluden a lo cinematográfico, a filmes distópicos y a criaturas gigantes.

Creció en Santa Marta. En esa ciudad, sus ojos se nutrieron con los paisajes improbables abiertos entre la exuberancia de la Sierra y la amplitud del mar Caribe. Simultáneamente, sus manos fueron conociendo el tacto de pinturas, dibujos y fotos en el taller de marquetería que su padre, Alfredo Betín, tenía en la Avenida El Libertador, en el centro histórico de la samaria. Cada tanto, Jahirton heredaba las cámaras análogas obsequiadas por los fotógrafos clientes, los papeles finos que sobraban después de un corte y los trozos de madera que definían los límites materiales de obras ajenas, años antes de que empezara a enmarcar las suyas.

Entre la marquetería del padre y la concreción de la obra propia, faltaba la mediación de la academia. Los primeros acercamientos tenían el erotismo y el cuerpo como tema, y el carboncillo y los acrílicos como materiales. Sus años en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico ampliaron el espectro técnico y los referentes estéticos que ya le habían presentado maestros y amigos como el profesor Wilmer Martínez de la Universidad del Magdalena. Fue así como las impresiones frente a ese océano tachonado de heridas negras se convirtió primero en una pregunta terca, después en un proyecto de grado y ahora en una obra que es finalista del Premio Arte Joven 2022. 

Durante los años noventa, la vía entre Santa Marta y Barranquilla era un bosque de esqueletos. Las obras de la carretera habían desequilibrado la salinidad y el horizonte oceánico se había llenado de árboles muertos que se secaban junto a pueblos palafíticos tan miserables como el paisaje. Era una evidencia ante los ojos de todos; la contraparte inocultable del impacto silente que a pocos kilómetros generaban las multinacionales extractivistas del carbón colombiano. Jahirton vio los cadáveres de los árboles tantas veces y empezó a reparar en el invisible efecto de la minería bajo las aguas.

Su obra Caracoles de no colores reúne carbón mineral y resina, para conformar una instalación que emula conchas marinas teñidas de negro sobre vestigios de la labor minera que ha desangrado las costas por décadas. La instalación está dispuesta sobre el suelo, entre la aleatoriedad de lo ambientalmente incontrolable y la meticulosidad de lo plásticamente premeditado. Una naturaleza muerta, negra y Caribe. Un reflejo opaco de lo que nunca será visible.

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Día 2
Julieth Morales
Nay Srap (Tejiéndome)
Instalación y video
Silvia, Cauca

Para la artista caucana Julieth Morales, destejer significa revisar la memoria de su madre y de su abuela, recoger los pasos de un turbulento contexto social y político que acabó alejando a casi toda una generación de su memoria ancestral. Destejer es, forzosamente, volver a tejer desde la conciencia de cada pérdida y desde la intención de recobrar lo perdido. 

Su obra Nay Srap, finalista del Premio Arte Joven 2022, dispone los vestigios de esta acción sobre el suelo de la galería, atándolos con la evidencia visual del proceso proyectado en un tríptico de videos sobre la pared de la sala. Las mochilas destejidas vinculan su colorido con el blanco y negro de las imágenes en movimiento que documentan sus manos y su cuerpo a lo largo de este acto de desintegración y reencuentro. 

“Destejo las mochilas que mi abuela me intentó enseñar cuando era niña y esa acción se va volviendo dolorosa, porque se trata de destejer cada palabra que ella me ha dicho, cada intención que ella ha tenido de enseñarme y que yo no supe cómo recoger en ese momento. No alcancé a destejerlas todas, algunas quedaron hasta el ombligo porque no fui capaz de hacer desaparecer completamente eso que mi abuela quiso entregarme”, recuerda Julieth.

En el video de la izquierda, Julieth aparece de cuerpo entero con las mochilas en sus manos; en el de la derecha, la misma acción transcurre en un plano más detallado de sus manos; pero es el video del medio el que integra su cuerpo creador con el contexto que la ha forjado: Julieth se encuentra junto a la choza en la que asumió tardíamente el ritual del encierro –rito de iniciación Misak, también presente en otras culturas indígenas como la Wayúu– y muy cerca a ello sus tíos trabajan la huerta que ella sembró en la tierra sagrada de Silvia, Cauca. 

Silvia, Cauca. Siempre inseparables, como una conjura indígena y mestiza. En el año 2018, el ingeniero Ronald Schwarz fue invitado por la Universidad del Cauca a reeditar su libro La gente de Guambía, el detallado retrato de la comunidad Misak que escribió en 1970, preocupado porque la construcción de la carretera entre Silvia y Popayán podría acercar demasiado esos dos mundos y acabar disolviendo la esencia de uno, ahogada en la corriente homogeneizadora del otro. Sin embargo, más de cuarenta años después, Silvia es aún Silvia y los Misak persisten y resisten casi intactos. La tensión entre el ayer y el ahora es tan real en el complejo departamento en el que viven los Misak – el Cauca tan negro e indígena como blanco–, como en la vida de Julieth y en el eterno presente de una acción perpetuada ante una cámara. 

Desde su infancia, Julieth fue rebelde, distinta. No guardaba las tradiciones. No llevó a cabo el ritual del encierro en el momento que correspondía. No aprendió a tejer a pesar de hacer parte de la cultura que sitúa el telar en el centro del hogar. Ahora, para poder destejer ha tenido que aprender a tejer, y esto es más una paradoja que una metáfora: a través de las manos y los hilos ha comprendido que las tradiciones transmitidas a las mujeres Misak no encajan en los prejuicios que equiparan lo feminino con la debilidad. El encierro, de hecho, es un ritual para entrar en contacto con la tierra, con la fuerza propia.

Julieth ha estado presente en cada muestra colectiva y se ha destacado en cada convocatoria nacional de artistas durante los últimos años. Es habitual encontrar su nombre en los textos curatoriales y cruzarse con ella en los corredores de galerías y museos de todo el país. Además de la excelencia innegable de su trabajo, es inevitable reparar en el poderío visual que le otorga el atuendo tradicional de la comunidad Misak. El azul vivo, el chumbe y el sombrero son un motivo de orgullo para ella y una alerta visual exótica desde muchos otros ojos. 

Consciente de que su origen abre puertas desde la exotización, pero que a la vez le impone la responsabilidad de representar esas tradiciones que no aprendió a tiempo, Julieth es la embajadora de una herencia que transforma con otros códigos estéticos y con otras formas de entender lo que es una mujer, sea Misak o no. En sus palabras: “Mi proyecto comienza desde mi sentir y mi cuerpo, pero hoy puedo decir que el trabajo pudo trascender ese espacio individual y puedo llevarlo a la colectividad para pensar en el arte como una minga; para mí sería increíble poder convocar en este escenario de las artes a una minga de más mujeres tejedoras, hacedoras”.

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Día 1
Andru Suárez Rojas
La creación de los hombres
Tríptico de acuarelas y gouache
Barrancas, La Guajira

Toques de realidad y deseo, pero intensamente maquillados con entornos de fábula, es lo que abunda en los perfiles de los usuarios de cualquier app de citas. En el caso de Grindr, enfocada exclusivamente en hombres gay, esta idealización está marcada por los mismos estereotipos machistas que atraviesan la sociedad heteronormativa: no locas, no plumas y cuerpos de gym. Estos tres imperativos componen la receta de un hombre idealizado, recreado a través de palabras en esa interfaz, y son también los ingredientes de este tríptico de acuarelas y gouache.  

Lejos de las pantallas, la obra La creación de los hombres de Andru Suárez Rojas recrea una atmósfera surreal en la cual una reina encerrada en una torre da vida a los hombres con base en los mandatos de Grindr. Un conejo la acompaña en la preparación de esta receta. Ambas juegan con las ideas preestablecidas de lo femenino: las facciones fuertes de ella y el género siempre ambiguo de los conejos protagonizan una escena doméstica en la cual, cocinando y tejiendo –aquello que se supone que las mujeres deben hacer–, conspiran para reinventar a los hombres. 

La receta está condimentada por referentes no normativos, como respuesta a los comentarios recurrentes en contra de lo femenino que abundan en Grindr, espacio en el cual las mujeres trans y los gays afeminados suelen ser cancelados. La reina Isabel I, la diva española Rossy de Palma y la cantante Taylor Swift acompañan a Andru en la creación de este universo. Detrás de ellas están las surrealistas Remedios Varo y Leonora Carrington, cuyas obras Samaín y La tentación de San Antonio alimentaron este trabajo.

“Todos mis referentes son mujeres; mujeres fuertes, independientes, que nunca necesitaron un hombre a su lado para defenderse”, afirma Andru. Pero la primera de todas fue Frida Kahlo, cuya obra conoció gracias al profesor William Gutiérrez, quien se la presentó cuando Andru se recuperaba de un doloroso accidente que la inmovilizó durante años de su infancia: al igual que ella, Frida también estaba herida, pero podía reinventar el mundo y volver a crear a los hombres desde la oscuridad de su habitación. 

La revelación de esta mujer era algo urgente en su vida. Andru ha vivido entre dos Barrancas: el municipio de La Guajira en el que nació y la antigua Barrancas de San Nicolás, ciudad amnésica y festiva que el mundo aplaude por su Carnaval. En ambas Barrancas, los hombres son aupados por el simple hecho de existir y las mujeres suelen servirles, incluso a través del cuidado de su cuerpo que busca complacer los ideales de belleza que ellos esperan. Esta relación con el cuerpo femenino –frágil y sexualizado– y con el masculino –fuerte e impositivo– se replica en las comunidades gays de las dos ciudades. Pero, a diferencia de lo que ocurre en las interacciones hetero, en la dinámica de Grindr lo masculino es lo único deseable; de nuevo: no locas, no plumas y cuerpos de gym.   

Las tres acuarelas de Andru Suárez Rojas buscan conjurar una idea de la belleza, de la fuerza, del cuerpo y de lo que resulta deseable en lugares donde lo femenino suele estar en segunda línea, siempre en función del deseo masculino. “La creación de los hombres” es también una deconstrucción de lo masculino, una caricia demoledora desde la suave fuerza de la creación.

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Ángel Unfried

Periodista, editor y gestor cultural, fundador de Artimaña Editorial. Editor de Bacánika y gestor detrás del Salón Visual, el Premio de Arte Joven y el Premio de Periodismo Joven. Fue director de El Malpensante y luego editor general del estudio de Revistas Semana. Ha colaborado con medios como El Heraldo, Arcadia, Diners, SoHo, Shock, El Espectador, entre otros. El arte, los tenis y los discos lo cautivan.

Periodista, editor y gestor cultural, fundador de Artimaña Editorial. Editor de Bacánika y gestor detrás del Salón Visual, el Premio de Arte Joven y el Premio de Periodismo Joven. Fue director de El Malpensante y luego editor general del estudio de Revistas Semana. Ha colaborado con medios como El Heraldo, Arcadia, Diners, SoHo, Shock, El Espectador, entre otros. El arte, los tenis y los discos lo cautivan.

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