Entre bosques, cerveza y largas cabelleras se lleva a cabo uno de los festivales más representativos de la escena del metal en Colombia: el Festival del Diablo.
Allá estuvimos.
Llegar fue toda una odisea: más de una hora de viaje desde Bogotá hasta La Calera debido a la gran cantidad de automóviles que transitan por esta vía los sábados. Un bus (de los más de siete buses destinados a transportar a los más de 5000 asistentes) lleno de hermandad y pasión por bandas como Apocalyptica, I.R.A, Triple X, Samael, Sodom, Accept entre muchas más. Cerveza –mucha–, chaquetas de cuero, historias de toques anteriores y planes para seguir el festival en diferentes puntos de la ciudad como Chapinero o Kennedy.
Al llegar, el frío fue el protagonista y entendimos que bajar por el “sendero del diablo” era una obligación para poder ingresar. Las filas eran largas (hasta para comer) y unos pocos se colaban, mientras otros se inquietaban al darse cuenta de que la banda que venían a ver ya estaba en el escenario. Solo con guaro combatíamos el frío.
Los bosques cercaban los tres escenarios. Todos los asistentes, mujeres y hombres por igual, cantaban, saltaban y golpeaban la nada. ¿La danza del diablo? Muchos salían golpeados a los pocos segundos de intentar sumergirse en ese círculo de puños y patadas, otros no se detenían hasta que el estribillo de la canción lo ordenara.
La música se hacía sentir a más de un de kilómetro de distancia y la boda que se celebraba justo al lado del festival lo entendía perfectamente. Y así fue como empezamos… una cámara, cuatro ojos (somos dos) y un flash: listos para retratar la esencia de un festival que ya es un hito en la historia del metal nacional. Esto es, Festival del Diablo III.