Si no uno ve a Juan F. Leguizamón, con su barba a ras (pulcra), su pelo a un lado por efecto de alguna crema (pulcro) y con su acento bogotano (pulcro al estilo “ala carachas”), nunca se le pasaría por la cabeza que vivió donde vivió y fue lo que fue.
Cuando Juan estaba en el colegio, sus papás se divorciaron y él se fue a vivir con su mamá a Boca Ratón, Florida, Estados Unidos. Allí terminó el colegio y viajó a California para estudiar Bellas Artes; antes de que el avión despegara su mamá le dijo “dibuja, pero aprende a partir tu vida en dos: corazón y cerebro”. En 1997 llegó a San Francisco, tierra de hippies, homosexuales y, hoy en día, emprendedores. Durante dos años vivió en Mision, un barrio con problemas de pandillas: “No me podía poner ropa azul o roja porque eran los colores como se identificaban los bandos en guerra. Entonces empecé a salir con los metaleros que eran los más neutros y luego con los punkeros”, dice Juan.
Primero vivió con una familia colombiana que lo veía, día tras día, cargar caballetes, maquetas, aerosoles y pinturas como la de Bush besando a Hussein con un texto que decía “Los criminales también se besan”. Luego, cuando se pasó a la carrera de Diseño Gráfico, llegó al closet, como Juan le dice a su segundo hogar: “Me mudé a la crack house con los punkeros”, confiesa. Allí le sostuvo la jeringa a uno de sus amigos mientras se chutaba heroína y, durante tres años, siguió estudiando: “Creí que me arruinarían la vida, pero me la mejoraron”.
Poco a poco Juan empezó a colaborar con algunas revistas en San Francisco, inició su pasantía en Razorfish, una de las empresas más importantes de mercadeo en el mundo, y dejó en la basura la ropa desteñida y rota: “Cumplí las metas que quería y me fui a otro barrio”. Dejó el closet y llevo su ropa nueva a Tenderloin, un barrio más tranquilo, lleno de teatros.
Su vida se dividió en dos: ilustración y publicidad. En la una dedicaba su tiempo libre y en la otra ocupaba el tiempo. Con la primera colaboró en revistas como The Bold Italic, Wired y Make Magazine; con la segunda llenó más su cuenta de ahorros: ascendió como director creativo en Razorfish. Luego renunció y terminó en FCB, una de las redes de agencias de publicidad más grandes del mundo, y unos años después se mudó a Nueva York, pero trabajando para otro monstruo del gremio, Saatchi & Saatchi.
Hoy en día su vida sigue dividida entre la ilustración (corazón) y la publicidad (cerebro), pero “si no fuera por la plata me gustaría seguir haciendo publicidad. También me encantaría hacer documentales y hacer ficción con la ilustración”, confiesa Leguizamón. Pero como no puede hacer las tres cosas al mismo tiempo –“Estoy en la edad en que todo es plata”–, ¿qué sacrificaría?
“Debería decir que sacrificaría la publicidad por la ilustración, pero...”. Calla. Lo piensa mejor. “¿Por qué tengo que separarlas?”. Sonríe un poco resignado: mucha nostalgia y preocupaciones futuras. Cambiemos de tema. Le pregunto: ¿Qué hace en la oficina cuando está aburrido? “En las reuniones con los clientes, de vez en cuando, saco mi libreta y dibujo a los que están en la oficina. Eso me quita el aburrimiento”.
En este momento tengo tantos estilos que no sabría cómo categorizarme. Si tuviera que escoger uno yo diría que mi estilo es retro-moderno.
He trabajado con directores de arte que no saben diseñar y diseñadores que no quieren venderse a la publicidad. Creo que es esencial que los dos vayan cogidos de la mano. De todas maneras, mantengo la ilustración aparte de la publicidad: uno lo hago con el corazón y lo otro, con la cabeza.
Me encanta poder trabajar en varias disciplinas creativas como video, diseño, animación y formatos interactivos. Lo que odio es que me pagan para vender “la ilusión de la felicidad” que pueda brindar un producto.
Sin duda las firmas pequeñas. Trabajar para una empresa grande es como ser parte de un ejército de la guerra fría, mientras que trabajar para un startup es como ser parte de Los Magníficos.
Amo que sea una ola de innovación que nunca para de evolucionar. Nada que odiar.
No admiro publicistas, solo campañas. De diseñadores admiro a Saul Bass, Chris Ware y Carson Ellis.
La vida es de uno para diseñarla.
Si Da Vinci fue considerado el primer hipster, pues sí.
En las ultimas dos décadas han evolucionado de una manera radical. A mí me encanta chicanear del talento en Colombia con los gringos.
Como dijo Piccasso, “Los buenos artistas copian y los grandes artistas roban”. Yo prefiero que me asalten y me den en la cara.
Me inventaría una biografía ficticia de una banda de garage rock de los sesenta.
No necesariamente, pero sí me gustaría que se incline al lado de la creatividad.
El tiempo es plata y hay que ahorrarla.
Música. Especialmente “El sonido del silencio”.
En el mundo de la creatividad nada es original. Todo es la copia de una copia o una mezcla de muchas influencias.
Hice varios en la universidad pero a veces me dan ganas de dibujar catálogos de productos falsos que se llamen Shit you don’t need dot com.
Las tres juntas serían del putas.
Una audiencia.
La canción de Full House.
Max Fisher, de Rushmore, por que me acuerda lo caspa que era en el colegio.
Mil gracias.