Crónica para carnívoros

Ignacio Umaña buscó en las carnicerías de Bogotá algo más que la sangre y encontró detalles que brillaron para su lente. 

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Hay algo en las carnicerías que invita a la huida. Suelen ser zonas de paso en las que se entra con algo parecido a la resignación y también al horror: alguien tiene que comprar la carne para el almuerzo. La idea de hacer un mandado es de por sí terrible, pero empeora cuando el lugar se presenta hostil a aquel que le teme a la sangre. Darle tiempo y prestarle ojo a lo que nos genera desagrado nos permite ver su lado amable.   

En Bacánika reconocemos que las carnicerías son espacios cotidianos pero que no tienen nada de corriente. Las paredes y los pisos de baldosas blancas resaltan el color de la carne recién tajada, resaltan el plateado de las balanzas y de las neveras. Están los hombres y las mujeres con los delantales recién manchados por la sangre y por el uso. También se ven los cuchillos enormes que reflejan en su filo la luz blanca de las bombillas y del sol.

En toda carnicería espera algún detalle escondido detrás del refrigerador. Preste atención porque aquí se los mostramos.

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