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Lo que aprendí después de dos años en una relación abierta

Lo que aprendí después de dos años en una relación abierta

Ilustración

Los ideales que habíamos construido sobre el amor están cambiando. El poliamor plantea nuevas posibilidades para las relaciones, aunque quizás no funcionen para todo el mundo. ¿Cuáles son los mínimos acuerdos que debemos buscar cuando nos adentramos en esta aventura sentimental?

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01 Relaciones AbiertasEsta es la historia de un fracaso. Digamos, una puerta pequeña al muy extenso mundo de la responsabilidad afectiva, dos palabras populares ahora. Porque, luego de la liberación sexual ochentera, entendimos que todo lo que implica una interacción externa es susceptible de ser doloroso y, entonces, quisimos cuidarnos: primero a nosotros, claro, y luego lo que nos rodea.

Tuve una relación abierta por dos años y ha sido mi vínculo más tranquilo. Piloteamos todo −casi todo−. Nos sentamos varias veces en su balcón a tomar ron y a hablar sobre lo que estábamos haciendo: cambiando el mundo con esa forma de amarnos, tan lejos de lo que dicta la norma y tan cerca de nuestros impulsos más primarios. Estábamos muy arriba, encima del resto de mortales que todavía pensaban que el deseo se mide en likes. Flotábamos cruzados como budas y pensábamos −pensé en algún momento− que algo unido así, solo con la disposición de darnos al otro, de dar lo que nos alcanza, era suficiente. Me equivoqué.

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La investigadora y activista Brigitte Vasallo dijo en una entrevista para Clarín que el sistema monógamo impide la transformación de los vínculos para adaptarse a la vida. Es decir, que esa construcción dura que aprendimos y que quedó tan calada en nuestra educación sentimental desconoce el movimiento natural de las relaciones: con otras y otros, con nosotras mismas. Y esa idea, sospecho, es la que hace que esta forma del querer parezca más humana, más honesta.

Pero la misma Vasallo también advierte en El desafío poliamoroso, un libro publicado el año pasado por Paidós, que las intenciones idílicas de los vínculos abiertos están quedando muchas veces manchadas con la idea neoliberal del consumo. Es decir, si para las relaciones monógamas la interacción sexoafectiva con otros y otras está prohibida, parece que en las no monógamas fuese casi que obligatorio involucrarse con más personas: dejarse invadir por la variedad de cuerpos, rostros e ideas que hay allá afuera y que tenemos licencia de poseer. 

Vasallo explica ese balance con dos ideas simples: I. no todos los deseos tienen que consumirse ni consumarse. II. La posibilidad de consumo no equivale a la libertad: los grandes países con estanterías de supermercado infinitas llenas de cientos de productos que son el mismo con otro empaque, no aseguran −lo sabemos y nos reímos de eso− ni la libertad ni la felicidad. Eso sucede también con las relaciones. En últimas, el punto saludable está, tal vez, en que el espectro del amor pueda estirarse y mutar naturalmente como seres que sienten y desean, sin que esa narración falseada de libertad se convierta en el armazón que hay que sostener para seguir llamándonos deconstruidas.

Para salvarse un poco de ese impulso fácil, dice que es vital: I. solo tomar lo que se necesita, II. Lo que se puede asumir físicamente y III. Lo que es sostenible para el entorno. Y aquí el entorno es todo eso de lo que también somos parte: la persona o las personas con las que entablamos vínculos sexoafectivos.

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Cuestionar la forma en que hemos amado y el modo torpe en que hemos entendido el compromiso no es fácil. Tampoco lo es encontrarse de frente con lo que significa el cariño y el cuidado para cada una. No siempre fue bello lo que vi, de mi pecho hacia adentro, mientras estuve en esa relación. Porque justo ahí, en ese lugar en que somos tan frágiles como letales, se desbarajusta lo que aprendimos casi como un credo: que el amor puede con todo, que es para siempre, que es finito: para una persona, no hay que gastarlo con nadie más. Entonces, del camino a entender eso −que no anduve sola−, quedaron preguntas que desde hace meses intento resolver pero que, solo ahora, con la valentía propia de las batallas que ya fueron, puedo hacer.

No hay algo así como un “manual de relaciones abiertas”, y hacerlo sería caer en la ligereza de pensar que somos una masa homogénea. Pero hay pistas, o ideas, o preguntas, que gente que lleva investigando años cree que sirven a suerte de lupa para no lastimarse ni lastimar −tanto− en esa senda.

Hablé con Jaime Gama, terapeuta y creador de la cuenta @gotitasdepoliamor, una plataforma para hablar de relaciones éticas. Ahí explican, con toda la dulzura que es posible, temas que siempre temimos poner en palabras. Y en el desenmarañar esto que nos atrae pero que parece venir con filo, llegamos a cinco temas que, quienes tienen una relación de este tipo seguro han pensado, y que, si no, es hora de hacerlo. 

01 Relaciones AbiertasLas palabras importan

Hay palabras conocidas: amor, compromiso, fidelidad. Hay palabras que supimos hasta hace muy poco que podrían ir juntas: responsabilidad sexoafectiva, jerarquía emocional. Y todas son importantes, dice Jaime Gama, porque son las piezas que van a sostener lo que sea que se construya. Es decir, si dentro del acuerdo decidimos que podemos tener sexo con otras personas, valdría la pena revisar, antes que nada, qué es el sexo para vos, qué es el sexo para mí y, a partir de esas concepciones, ampliar eso que entendemos de manera conjunta, tal vez sacándolo de la pequeña burbuja de nuestras creencias.

Este es tal vez el único comienzo sano posible: cuando tengo en mis manos no solo un rango de maniobra de mis placeres y los del otro, sino la honestidad animal ajena, que debiera ser siempre bienvenida.

Sí sexo pero no sexting

El ensayo y error de las relaciones abiertas, del poliamor, ha dejado arado el camino para quienes curioseamos sobre él y, entre tanto, la idea bellísima y simple de las formas de relacionarnos: lo que puede significar una noche con alguien para mí. Solo eso, una noche con alguien, para la persona con la que estoy puede ser algo mucho más fuerte que solo tener sexo, porque en el pasar la noche se pueden difuminar las fronteras del deseo con las de la intimidad. Tal vez.

Contarnos a nosotras mismas cómo es que nos relacionamos, qué nos duele y qué podemos negociar, abre la ruta a una idea sencilla pero asombrosa: no a todas nos duele lo mismo, no a todas nos enamora lo mismo. Y entender eso, y ser honestas, es el punto de partida para construir relaciones éticas.

Acuerdos vivos

La parte más espinosa de todo esto son los acuerdos, ¿reglas, permisos, licencias? ¿Cómo llamarle a eso que parece tan generoso pero que puede tener el doble filo suficiente para atravesarnos el pecho y dejarnos sin aire?

Hay solo dos cosas que me permito decir aquí. La primera y un poco obvia: qué tanto ceder y qué cosas negociar es algo que se ajusta con las necesidades emocionales de cada pareja, y en esa construcción se vale probar y cambiar cosas: una relación abierta, como cualquiera, cambia y se adapta a su entorno.

Pero el acuerdo más importante, dice Jaime, es el que hacemos con nosotras. Y ahí la pregunta es si estoy abriendo mi relación o accediendo a una relación abierta porque de verdad mi forma de amar fluye allí cómodamente, o porque es la única forma en que voy a poder estar con X o Y persona. Este último es el motivo menos sano: la idea de que conmigo sí va a cerrar la relación, o de que aunque él tenga una relación abierta y yo sea eso “por fuera” seguro en algún momento la va a dejar. Ideas letales. 

01 Relaciones Abiertas

Los otros, esos que no vemos

Esta es quizás la parte más dolorosa de este texto, la que hizo que muchas veces quisiera sentarme a escribir y no lo lograra. Entre los tal vez cientos de errores que tuve en esa relación tranquila, estuvo el pecado de enamorarme, y dentro de esa cosa medio prohibida y con licencia, solo pude verlo en el desamor de la renuncia. Sobre esto, dice Jaime que en muchas ocasiones ya sospechamos cuando algo está tomando otras dimensiones, y solo con el coraje de la honestidad, en que hay que volverse expertas, se puede hacer algo antes del desastre.

El cuidado de los otros y otras es algo de lo que no se habla tanto en estas discusiones, casi siempre son figuras borrosas, sujetos de placer que oscilan por ahí o como amenazas. Y en el camino a reconstruir una dinámica nueva del afecto es valioso entender que el cuidado ahora se escala a esas otras esferas.

Mitos

Escuché tantas veces en esos dos años: cuando se amen de verdad van a cerrar la relación; se la pasan acostándose con todo el mundo; no se quieren tanto; hay uno que disfruta y otro que sufre; no están a mano, él usa más su licencia de relación abierta que ella; son seres superiores que no sienten celos; yo todavía no he llegado a ese nivel de deconstrucción; es una moda.

Hablando con Jaime le conté que, cuando le decía a la gente que estaba en una relación abierta, la frase inmediata solía ser “Yo no podría”, lo que es curioso, como si la forma en que llevásemos el amor −porque otro tipo de relaciones no tienen esa carga- debiera ser validada por otros y otras−. Al final, con Jaime, acabamos la conversación cuando le dije: “Yo quisiera también, cuando alguien me dice que tiene una relación monógama tradicional, decirle: yo no podría”. 

“Tal vez no haya que olvidar que los lazos afectivos y sexuales producen experiencias únicas y procesos singulares. Y que, como tales, resultan muchas veces inclasificables. Y esa es la verdadera conquista de la diversidad”, eso dijo Gabriela Wiener, la escritora que llevó su poliamor al teatro, en Modern Family. Por eso, hablar de relaciones monógamas o no monógamas va más allá de la etiqueta ya manoseada: creo más bien que todo esto se trata de la disposición para reconciliarnos con una forma del afecto que no sea un recipiente en el que hacemos caber lo que sentimos sino tal vez un globo que se infla conforme mutamos.

***

Saber todo esto no salva a nadie, pero tal vez ponga un márgen, una especie de mapa para navegar −nunca sin miedo− en las aguas grises de las relaciones humanas. Porque aparte de todas estas ideas, que ojalá queden ancladas en alguna parte de ustedes y de mí, somos también eso que nos atraviesa duramente las entrañas: aquello que herimos, lo que dejamos ir, y lo que podemos hacer con nuestras manos, siempre tan pequeñas, para armar algo que esté por encima de las trampas malsanas, esas que aprendimos para protegernos de algo que siempre terminó alcanzándonos. 

Porque querer así, con estas ideas progre que nos descubren el Edén del amor, del cuidado y lo sexy de la fragilidad, tampoco nos salva de que nos rompan el corazón. Y eso, también, está bien.

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Sara Zuluaga

Periodista y editora con enfoque en narrativa, derechos humanos y naturaleza. 

Periodista y editora con enfoque en narrativa, derechos humanos y naturaleza. 

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