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Mayo del 78 en Colombia

Mayo del 78 en Colombia

Ilustración

La movilización ciudadana no es algo nuevo en nuestro país. Esta cuidadosa revisión del cubrimiento que hicieron los medios a las protestas por el alza en las tarifas del transporte urbano hace más de 40 años confirma que tampoco son nuevos el descontento, las cortinas de humo y la represión.

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eses después del paro nacional, pasada la Copa América y en plenas eliminatorias del Mundial de Fútbol de Qatar, vale la pena recordar que el 1 de junio de 1978, la agencia AP, en una noticia titulada “El fútbol ayudó al orden público”, les comunicaría a sus afiliados del mundo lo siguiente: “La calma se restableció hoy en Colombia, 72 horas antes de las elecciones presidenciales, después de cuatro semanas de violencia desencadenada por un alza del 12% en las tarifas del transporte urbano. El inicio de la Copa Mundial de Fútbol Argentina 78, transmitida a los 26 millones de colombianos por radio y televisión, ayudó a las Fuerzas Militares a mantener la calma, pues las gentes se recogieron al mediodía en sus casas, oficinas o salas de cine para ver la ceremonia inaugural y el primer partido”.

¿Qué pasó en Colombia en esas cuatro semanas de violencia desencadenada por un alza del 12% en las tarifas del transporte urbano?

Gracias al Ministerio de Obras Públicas y Transporte, esas nuevas tarifas empezarían a regir a partir del 4 de mayo de 1978, así: en el día, buses a $1,30 y busetas a $3,40. Y en la noche, buses a $2,00 y busetas a $4,00. A lo que se sumaría esta añadidura festiva que le restaba aún más al bolsillo de los usuarios: “La tarifa nocturna regirá para domingos y feriados en todos los casos anteriores”.

Al día siguiente, sin embargo, un titular en la primera plana de El Tiempo registraría la primera repulsa contra la nueva medida: “Empresarios aceptan tarifas para buses y busetas; rechazo obrero”. Con rechazo obrero se referían a las cuatro grandes fuerzas sindicales del país, la UTC, la CTC, la CSTC y la CGT: “Las cuales indicaron que el alza conlleva al encarecimiento de los artículos de primera necesidad”. Y a neutralizar el aumento en el salario mínimo, que había entrado en vigor el 1 de mayo. 

Un día después, el sábado 6 de mayo, la repulsa pasaría de las palabras a la acción en las calles, fueron incendiados cuatro vehículos, tres de ellos oficiales, y apedreados otros dos: “ese fue el saldo de los desórdenes estudiantiles registrados en Bogotá para protestar por el alza de tarifas del transporte urbano”. Además, en la noche, se presentaría este otro incidente asociado al aumento de los pasajes: “Un conductor de bus se vio precisado a disparar su revólver contra un grupo de revoltosos que intentó apedrear el vehículo en el centro de Bogotá”. Por eso varias empresas de transporte se negarían a prestar sus servicios en horario nocturno, so pena de ser sancionadas con multas entre los 10 mil y 20 mil pesos por el DATT.

Al día siguiente, sería incendiado el primer bus contra la nueva medida, en Medellín, afuera de la Universidad de Antioquia, por estudiantes de la Alta Máter. En esa misma fecha comenzaría la ola invernal en el país, dejando en su primera arremetida a 700 familias damnificadas en el Chocó: “El agua cogió por sorpresa a los habitantes de las orillas, que están acostumbrados a ver subir los ríos Atrato y San Juan en los meses de octubre y noviembre”, informaría Juan José Hoyos para El Tiempo.

Un día después, el lunes 8 de mayo, las tres centrales obreras de Antioquia, agremiadas en el Consejo Sindical Departamental, le pedirían al gobierno recular y congelar las tarifas del transporte: “El aumento lesiona el precario presupuesto familiar y desestimula el estudio de los trabajadores que buscan asistir a universidades y colegios en las horas de la noche”. En esa misma fecha sería declarado un paro cívico de 48 horas en Apartadó, por los continuos cortes de energía que se presentaban en ese municipio desde meses atrás. Y también saldrían a paro los trabajadores de ocho hospitales en Santander, pidiendo rectificaciones salariales.

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Al día siguiente, serían quemados dos carros de lujo, un Mercedes de la Embajada de Holanda y un Alfa Romeo de un profesor de arte, ambos tras intentar esquivar a un grupo de estudiantes de la Nacional que protestaba por el alza en las tarifas del transporte urbano. Protestas que se intensificarían en el barrio Kennedy al caer el sol: “Los manifestantes quemaron tres vehículos, entre ellos uno de la policía, y apedrearon no menos de 10 buses”. Horas antes, hacia las 4 de la tarde, un fuerte aguacero había inundado 12 barrios del sur de Bogotá: “Fue necesaria la intervención de todas las máquinas del Cuerpo de Bomberos provistas de motobombas”. En esa misma fecha saldrían a paro los trabajadores de la Caja Agraria y amenazarían con hacerlo los educadores de Antioquia, ambos exigían un reajuste salarial conforme a los recientes aumentos en el costo de vida.

Un día después, el miércoles 10 de mayo, cinco buses serían quemados en Bogotá, obligando a las empresas de transporte a declarar un paro parcial en sus operaciones, dejando pie de fotos como este en la prensa capitalina: “Largas colas hicieron los bogotanos en los paraderos para abordar los buses que los trasladaran a sus residencias, pero sus esfuerzos fueron inútiles”. Sin embargo, como informaría El Tiempo en su página 15A: “La situación más delicada ocurrió en Cali, donde siete agentes de la policía sufrieron heridas, tres buses fueron quemados y por lo menos veinte busetas apedreadas”. Más de 50 estudiantes serían detenidos por esos hechos. También se presentarían violentas pedreas en la Terminal de Transporte de Medellín, dejando 17 personas privadas de la libertad, y en la de Valledupar, ciudad que sería militarizada.

En esa misma fecha, Juan Gonzalo Restrepo, nuevo ministro del Trabajo, escupiría estas palabras que se convertirían en titular al salir el sol: “Hay agitación porque hay democracia”. Democracia que, en aquel mandato, el de López Michelsen, sería gobernada bajo Estado de Sitio 34 meses, cinco meses menos que en el cuatrienio de su antecesor, Pastrana Borrero. Y entre El Bogotazo y 1974, Colombia viviría 20 años en Estado de Sitio, o sea el 80% del tiempo transcurrido, como demuestra el Libro negro de la represión.

Al día siguiente, un bus sería incendiado y por lo menos 20 serían apedreados en Bogotá, y varias bombas molotov serían lanzadas contra empresas de transporte, provocando la militarización de la Atenas Suramericana y la suspensión del partido entre Millonarios y Pereira. Mientras tanto, en Cali, las protestas arrojarían este titular: “Más de 100 bombas molotov estallaron en la capital del Valle”, dejando un balance de nueve policías heridos y 20 bachilleres retenidos en las instalaciones de la Tercera Brigada: “La situación de orden público en Cali es de alta tensión y los transportadores anuncian que no sacaran sus buses y busetas a prestar el servicio urbano si no encuentran garantías”. En Neiva, por su parte, las protestas de turno se saldarían con dos bachilleres heridos a bala, dos a piedra y seis policías contusos.

Un día después, el viernes 12 de mayo, dos buses serían incendiados en Bogotá y varias patrullas de la policía serían atacadas con bombas molotov, por lo que se diría que las protestas callejeras habían pasado al plano subversivo. Hechos que no podrían ser contrastados gráficamente por la prensa, ya que el Ejército les decomisaría cámaras y rollos fotográficos: “La actuación de los militares dio lugar a un pronunciamiento del Círculo de Reporteros Gráficos en el cual protestan por el atropello contra sus afiliados y solicitan el cumplimiento del Artículo 12 del Estatuto del Periodista sobre facilidades para trabajar en la consecución de la información”. Mientras tanto, en Yumbo, serían quemados dos buses y apedreados nueve. En esa misma fecha los trabajadores ferroviarios de Antioquia bloquearían la entrada y salida de mercancías a Medellín: “Alrededor de dos mil toneladas de mercancía y productos que son transportados a través de los Ferrocarriles Nacionales hacia y desde Medellín quedarían taponadas en la estación La Grecia, en caso de continuar el bloqueo”.

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Al día siguiente, se anunciarían “Medidas especiales para controlar a los revoltosos”, las cuales se mantendrían en secreto hasta la hora de su puesta en marcha: “Funcionarios del Gobierno y miembros de las Fuerzas Armadas han estudiado el curso de la situación, y tienen listo un plan para garantizar la normalidad tanto en Bogotá como en otras ciudades del país, en donde se han registrado desórdenes en los últimos días”. Junto a ese anuncio destacaría una noticia protagonizada por uno de los tantos “revoltosos”, quien, al parecer, había dejado una caja llena de petardos escondida en un potrero al sur de Bogotá, que sería descubierta y manipulada por dos niños de 11 y 12 años, provocando este titular luctuoso: “Mueren dos niños despedazados al estallar caja con petardos”, debajo del cual resaltaba este aparte: “El estallido de los petardos lanzó por los aires al menor Víctor Manuel Cárdenas, quien rodó luego por un despeñadero de más de 20 metros que existe junto al sitio donde estallaron las bombas. La muerte se produjo en forma instantánea”. El otro menor, José Humberto Valencia, que no fue arrojado al precipicio por la onda explosiva, moriría horas más tarde en el Hospital La Samaritana.       

Un día después, el domingo 14 de mayo, sería declarada la ley seca y el control militar en Bogotá, desde la 8 de la noche hasta nuevo aviso: “La medida forma parte de un plan de emergencia destinado a asegurar el orden público y mantener la tranquilidad en el país con motivo del paro de los choferes”. Paro en el que participarían 100 mil conductores de buses, busetas y microbuses, a los que se unirían los taxistas a última hora, dejando titulares como este: “El paro fue… de los pasajeros”, y pies de foto en esta línea: “Camiones destartalados fueron utilizados para movilizar trabajadores. La incomodidad y el hacinamiento fueron palpables”.

Al día siguiente, tres buses serían incendiados en Medellín por estudiantes del Liceo de la Universidad de Antioquia. Incendios que desembocarían en pedreas con la policía, que respondería piedras con balas, impactando a dos menores de edad, ambos de 14 años, a uno en la cabeza, quien agonizaba en Policlínica. Mientras tanto, en Cali, la respuesta a las piedras también serían las balas, una de ellas hiriendo en el abdomen a un joven de 17 años, que se debatía entre la vida y la muerte en el Hospital Departamental Evaristo García.

Un día después, el miércoles 17 de mayo, serían incendiados dos buses en Bogotá, dos en Medellín y uno en Santa Marta. Con respecto a la capital de la montaña el titular más destacado sería de corte deductivo, yendo de lo general a lo particular, esto es: “Tensión en Medellín; agoniza estudiante”, tras el cual sería desplegado este parte médico: “Según el informe de neurología del Hospital San Vicente de Paul, luego de la intervención quirúrgica en la que se le extrajo una bala del cerebro, el estudiante presentó una parálisis completa de su lado derecho y el pronóstico es reservado. Su deceso podría producirse en cualquier momento”.   

Al día siguiente, 600 mil trabajadores estatales saldrían a paro 24 horas, dos buses serían quemados en Bogotá, dos en Santa Marta y uno en Armenia. Además, la Universidad de Antioquia sería cerrada todo el fin de semana, hasta el lunes 22: “A raíz de los recientes disturbios que protagonizaron los estudiantes para protestar por el alza del transporte municipal”.

Ese lunes 22 de mayo los algodoneros del país entrarían en paro, y se iniciaría la última semana de campaña política para elegir al presidente número 70 de Colombia. Elecciones presidenciales en veremos por la amenaza de paro indefinido que habían anunciado cinco días atrás los trabajadores de la Registraduría Nacional de Estado Civil, para obligar al Gobierno a derogar un decreto recientemente expedido, el 721, que vulneraba la autonomía de esa institución: “dejando las puertas abiertas para que se convierta en un botín bipartidista, violando derechos laborales adquiridos por los trabajadores y concretando aumentos irrisorios de sueldos”.

Al día siguiente, tres bachilleres de colegios oficiales, dos en Santa Marta y uno en Medellín, serían heridos a bala por particulares, los dos primeros cuando intentaban incendiar una pasteurizadora y el tercero un campero. En esa misma fecha, serían condenadas a seis años de prisión en consejo verbal de guerra dos estudiantes universitarias, quienes habían sido sorprendidas por las autoridades con tres bombas molotov en su poder ocho días antes, el 15 de mayo. Una de ellas tenía 19 años y estudiaba ciencias sociales en la Universidad Pedagógica, y la otra contaba un año menos y cursaba estudios de biología en la Pedagógica y de odontología en la Nacional. ¿Por qué llevaban tres bombas molotov en sus mochilas? “Lo hicimos para defendernos de una posible agresión por parte de la policía”.

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Un día después, el miércoles 24 de mayo, se presentarían violentos disturbios, precisamente, en la Nacional, que serían repelidos a bala por la policía militar. Mientras tanto, en Medellín, estudiantes del Marco Fidel Suarez quemarían tres buses y en las afueras de la Universidad de Antioquia se haría un entierro simbólico por la muerte de Horacio Diez Montes, el bachiller de 14 años abaleado en la cabeza por la policía el 16 de mayo. Por eso, para evitar más hechos lamentables como ese, serían adelantadas las vacaciones en los colegios oficiales de Medellín.

Al día siguiente, sería anunciado para el martes 30 de mayo un nuevo paro de trabajadores estatales, esta vez de 48 horas de duración. En la Nacional seguirían los disturbios y se suspenderían las clases. La de Antioquia, por su parte, sería militarizada, y la UIS ocupada por la policía. Bogotá continuaría sin transporte nocturno.

El primer día de ese paro de trabajadores estatales estaría marcado por la muerte de un estudiante de la Universidad Libre a manos de la Fuerza Pública, y el segundo por disturbios en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Tunja y Sincelejo. Sin embargo, al día siguiente comenzaría el Mundial de Argentina, lo cual, como dijo la agencia AP, “restableció la calma en Colombia después de cuatro semanas de violencia desencadenada por un alza del 12% en las tarifas del transporte urbano”. Y así también lo haría saber el titular de El Tiempo que se robaba la portada del 3 de junio, trasladando los ejes del fútbol al campo político: “El país en calma: todo listo para las elecciones”.

Posdata 1: Un día después, el domingo 4 de junio de 1978, fecha de descanso en el Mundial, sería elegido Turbay Ayala como el presidente número 70 de Colombia. Triunfo reñido que solo sería aceptado por Belisario y el conservatismo el 20 de junio, cuatro días antes de que, en su columna “Reloj” de El Tiempo, Daniel Samper Pizano hiciera un recuento de la mirada de la prensa extranjera con respecto al país. Una de las miradas sería la de Business Week, que había dicho lo siguiente en un artículo titulado “Colombia: cómo la droga y el dinero caliente trastornan los negocios”, publicado el 12 de junio de 1978: “Colombia, el segundo proveedor de café del mundo, ha colocado otra olla en el fuego. El tráfico ilícito de drogas alcanza los mil millones de dólares al año, casi la mitad de lo que producen las exportaciones legales del país. Pero el hecho de ser el primer productor mundial de marihuana y cocaína, con el agravante de una floreciente organización del crimen, violencia callejera y virtual colapso del sistema judicial, está demoliendo la estructura social y causando serias perturbaciones a los negocios legítimos. Los observadores creen que el producto del mercado negro está entrando a muchas de las principales empresas y bancos de Colombia, e incluso a sucursales de entidades multinacionales. Está surgiendo una nueva élite. Las viejas familias de la clase dirigente no han perdido terreno en lo económico, pero su tajada política está disminuyendo a causa del alza en los intereses provenientes de moneda rara”. Moneda rara a la que se había referido Le Monde en su edición del 7 de junio de 1978, en una nota acerca del presidente electo: “El señor Turbay representa mucho más los intereses de la nueva burguesía financiera, que ha prosperado en los últimos años gracias al boom de los precios internacionales del café. Además, sus adversarios lo acusan de beneficiarse igualmente de otras entradas menos confesables, calificadas púdicamente en Bogotá como no oficiales”.   

Posdata 2: Un día después de ese editorial, el 25 de junio de 1978, Argentina levantaría por primera vez la copa del mundo, hecho inédito que sería titulado así por la agencia AP: “En Argentina, los militares ganaron su mundial”: “Para el presidente Videla y su Junta Militar, la supremacía de Argentina en los campos de juego fue meramente un aspecto accesorio del fútbol político que estaban disputando en conexión con el deporte más popular del mundo”. Por eso la legendaria revista Alternativa, presidida por García Márquez, había titulado su portada 159, la que ilustra este artículo, de la siguiente forma: “El Mundial de Argentina: a sangre y juego”, y había invitado a boicotearlo.

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Juan Fernando Ramírez Arango

Economista de la Universidad Nacional, filólogo de la de Antioquia, investigador y escritor freelance. Ha ganado concursos literarios en distintos géneros narrativos: ensayo, crónica y cuento; entre ellos el Premio Nacional de Cuento de la Universidad Externado de Colombia. Además, ha publicado en medios como El Malpensante, Revista Universidad de Antioquia o Universo Centro. En su Facebook postea frecuentemente crónicas que son el espejo histórico de hechos del presente colombiano, validando acaso esta frase de Twain: “La historia no se repite, pero rima”.

Economista de la Universidad Nacional, filólogo de la de Antioquia, investigador y escritor freelance. Ha ganado concursos literarios en distintos géneros narrativos: ensayo, crónica y cuento; entre ellos el Premio Nacional de Cuento de la Universidad Externado de Colombia. Además, ha publicado en medios como El Malpensante, Revista Universidad de Antioquia o Universo Centro. En su Facebook postea frecuentemente crónicas que son el espejo histórico de hechos del presente colombiano, validando acaso esta frase de Twain: “La historia no se repite, pero rima”.

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