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La cartuchera de los artistas

La cartuchera de los artistas

Ilustración

¿Recuerda la lista de útiles que le pedían en primaria antes de empezar el año escolar? Algunos de estos objetos, que la mayor parte del tiempo residían en la cartuchera, hoy parecen inútiles. Consultamos a siete figuras colombianas del mundo creativo y nos contaron cuál era su útil escolar favorito.

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n primaria, de acuerdo a lo que uno llevara en la cartuchera, podía ser el rey del salón. El que tuviera los lápices de color oro y platino era el Hugh Hefner del curso. Eso significaba que le habían comprado la caja de 72 colores. Y es que el valor de la bolsa también dependía de la cantidad de curiosidades que se podía encontrar dentro, desde un comprimido hasta un comecocos de papel.

La probabilidad de perderla, al igual que los sacos del uniforme, era altísima. Como se la podían robar, también podía desaparecer al dejarla una tarde dentro del pupitre, un mueble que a veces, misteriosamente, se comportaba como el triángulo de las Bermudas. El que guardaba bien sus pertenencias hacía inventario continuo, pero era inevitable que se extraviara una cosa tras otra.

En Bacánika recordamos con nostalgia el lápiz de grafito, los de colores, el compás, las tijeras, el borrador, el tajalápiz y las acuarelas, y hablamos con artistas, arquitectos y diseñadores industriales y gráficos que nos contaron cómo fue su vínculo con estas herramientas. Útiles escolares que ahora, con el paso del tiempo y de los desarrollos tecnológicos del mundo digital, parecen ser obsoletos.

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Diana Beltran 900pxLápiz Mirado #2
Lucho Correa
Diseñador gráfico

“Uno no tiene memoria de esas edades tan tempranas, pero es indudable que el primer lápiz que uno cogió tuvo que haber sido amarillo. Y Mirado número dos seguramente”, recuerda Lucho Correa, cofundador de Lip, un estudio de diseño gráfico y comunicación con énfasis en imagen corporativa, branding, diseño editorial, empaques, dirección de arte y publicidad.

Estudió en el colegio Emmanuel d’Alzon, en Bogotá, y solo en clases usó este modelo del imaginario popular. En su familia, como el papá era arquitecto, la mamá, dibujante de arquitectura y la hermana estudiaba Diseño industrial, todo lo que podía encontrarse para escribir o dibujar en la casa era de nivel profesional. Lucho saltó rápidamente al portaminas, pero no lo dejaban llevárselo en la cartuchera rectangular de jean que trasteaba en su morral.

Lucho cree que la última vez que usó un Mirado número dos fue presentando el Icfes. Es probable que lo haya vuelto a usar en un caso de emergencia cuando hizo su carrera en la facultad de Diseño Gráfico de la Tadeo, seguramente para una clase de dibujo técnico en la que se quedó sin minas y le tocó bajar a la papelería a comprar un lápiz.

Por muchos años, Lucho –que va para los 56– usó estilógrafo Lamy hasta que un amigo le presentó el modelo Palomino de Blackwing, una marca estadounidense que en sus lápices trae impreso el slogan: mitad de la presión, doble de la velocidad. “A través de la vida uno se siente atraído por lápices que no son amarillos justamente”, concluye refiriéndose a este modelo que le gusta usar por su sensación al deslizarlo en el papel.

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Diana Beltran 900pxCompás
Lorenzo Castro
Arquitecto

“Era muy emocionante estar en el Helvetia porque al colegio llegaban útiles de Suiza y se los daban a uno”, señala Lorenzo Castro. Aunque verdaderamente llegó a apreciar el compás cuando estudió Arquitectura en la Javeriana, porque en la primaria –incluso siendo un instrumento mágico del tamaño de su mano– estaba limitado a utilizarlo en un cuaderno de dibujo o cuadriculado. “Servía más bien para chuzar a los compañeros con la punta”, recuerda.

En la universidad, donde también utilizó modelos suizos, conoció el alcance de este objeto que popularizó Galileo Galilei en 1597, trazando curvas hasta de metro con cincuenta de rango si quería hacer un círculo de tres metros. Esta pieza de precisión fue clave para la elipse del Jardín Botánico de Medellín, proyecto en el que trabajó con su colega Ana Elvira Vélez durante el 2007, también estuvo presente en su escritorio mientras fue director del Taller de espacio público de la primera alcaldía de Enrique Peñaloza, en Bogotá, y todavía la usa con frecuencia en su trabajo.

Lorenzo asegura que el compás ha perdido espacio por todos los programas de computador en los que se puede trazar un círculo. Pero para él es fundamental porque le permite trasladar una medida de un lado a otro, puede hacer bisectrices, generar geometría simplemente trazando en curvas y haciendo trazados reguladores. A veces le hace falta que las personas que le ayudan en su oficina -que son recién egresados- sepan utilizar un compás. “En AutoCAD, por ejemplo, el círculo aparece completo, y marca el radio y el diámetro. Pero con el compás es muy bonito porque uno siente el movimiento girando la mano y el trazo sobre el papel”, concluye.

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Diana Beltran 900pxTijeras punta roma
Diana Beltrán Herrera
Diseñadora industrial y artista plástica

“Tijeras punta roma” era una de las líneas infaltables en la lista de útiles escolares. Roma significa que carece de filo en su punta, por eso, al evitar accidentes, son adecuadas para niños. Diana Beltrán Herrera recuerda que cuando hacía la primaría en Bogotá, en el colegio Divino Salvador, tenía unas con mango plástico rojo y las usaba para cortar papel y cartulina.

Cuando estudió Diseño industrial en la Tadeo utilizó unas con una punta más cuadrada. Le servían para hacer prototipos en acetato y cartón. En 2013, cuando se fue a Inglaterra y comenzó su maestría en Artes plásticas en la UWE (University of the West of England), en Bristol, compró unas de punta fina porque hacía cosas más detalladas para técnicas de collage y escultura.

Ahora, en su estudio, utiliza tijeras danesas de la marca Hay. “Son las más bonitas que existen. Pero son caras. Empecé con las tijeras súper baratas de colegio y ya vi que necesito un objeto que no solo sea funcional y práctico, también estético y de calidad. Esta punta fina ayuda a hacer detalles y cortar cosas chiquiticas que no cortan las demás. Yo diría que son tijeras de precisión”, señala. Las usa para hacer prototipos, no para un producto final porque dice que el corte de tijera es más orgánico y no tan refinado. “Pero son muy importantes para mí porque si no hago ese boceto en 3D no sé que esté presentando el producto final. Las tijeras son como mi lápiz porque yo no dibujo. Cuando una persona tiene una idea, el primer recurso es lápiz y papel. En mi caso la tijera es ese lápiz porque yo pienso en volumen, no en plano, pienso en espacio porque soy diseñadora industrial. Me la paso pensando en objeto. Para mí es más fácil cortar una superficie e irla formando en un volumen para entender cómo se comporta en un espacio”, concluye.

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Diana Beltran 900pxLápices de colores
Giancarlo Mazzanti
Arquitecto

¿Recuerda los Magicolor, los del slogan doble punta doble color? Combinaciones como la del amarillo pollito y azul cielo hacen parte del imaginario colectivo de la cartuchera. Giancarlo Mazzanti regresó a sus memorias de la primaria –que transcurrió en tres colegios de Barranquilla porque era bastante inquieto, se subía a los árboles, corría y poca atención prestaba a las clases de inglés y matemáticas–. Pasó tercero en el Liceo Cervantes de la Arenosa y su cartuchera vivía a explotar. “La cartuchera es de los pocos espacios que cuando uno tiene esa edad son de uno. Ahí metía todas mis cosas secretas. Además de los lápices de colores -que siempre fueron mis favoritos-, metía muchos insectos muertos y lagartijas, que en la costa les decimos lobitos”.

Utilizó los doble punta en el colegio. Tiene en la memoria la combinación del amarillo y marrón y recuerda que usaba el rojo para morder la punta y asustar a sus compañeros al abrir la boca con alguna expresión teatral. “Hice toda mi carrera con Prismacolor”, dice refiriéndose a su relación con los lápices de colores mientras estudió Arquitectura en la Javeriana, en Bogotá. Y hoy los sigue utilizando, pero no para dibujar, sino para trazar líneas. En su oficina y en el estudio de su apartamento tiene varios colores de la marca Caran D’Ache.

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Diana Beltran 900pxBorrador
Esteban Peña
Artista plástico

Siempre estaba dando vueltas en la cartuchera con las demás cosas. Los lápices y el esfero sin tapa lo manchaban, y era necesario frotarlo en una buena parte del pupitre para limpiarlo antes de pasarlo por el cuaderno. “ A mí me gustaba clavarle minas del portaminas. Quedaba como un puercoespín y hacía chistes dibujando con él. Era entre dibujo y borrada”, recuerda el artista plástico Esteban Peña sobre sus primeros años en el colegio Anglo Colombiano, en Bogotá. Y es que esta herramienta, que también utilizó durante su pregrado en los Andes -aunque confiesa que cuando conoció los limpiatipos le gustaron más porque al borrar no dejan migajas-, ha sido determinante en varios momentos de su carrera.

En 2004 comenzó a dictar clases de dibujo en diferentes universidades bogotanas, y uno de los ejercicios de su materia consistía en que los estudiantes debían hacer un no dibujo o anti dibujo. En esas reflexiones de la clase pensaba que en vez de manchar –que es lo que normalmente se hace en una superficie blanca con grafito o carbono– se podía realizar lo contrario. Entonces se le ocurrió el borrador, que Esteban define como pieza clave del dibujo: “sería lo mismo que el silencio en la música, que es lo que genera el ritmo. Es el complemento entre el ruido y el sonido”.

Compró una bolsa de borradores -como para surtir un salón entero-, los pasó por el rallador metálico de la cocina de sus padres y con las migajas empezó a hacer experimentos sobre fondos negros para generar contraste. En 2006 presentó la serie Imágenes que merecen ser borradas. Representó bombas atómicas y en 2017 retomó el concepto con el proyecto Imágenes que se desdibujan en el tiempo. Hoy, en su estudio londinense, trabaja el concepto de luz invisible y color, pero en cualquier momento regresará a este objeto que comenzó siendo la base de un puercoespín en la historia de su creatividad.

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Diana Beltran 900pxTajalápiz
Catalina Ortiz
Artista plástica y fotógrafa

¿En su salón había sacapuntas de manivela disponible para todo el curso? En el de la artista Catalina Ortiz sí. En los ochenta, mientras estudiaba primaria en el Gimnasio Femenino, en Bogotá, este aparato estaba casi todo tiempo obstaculizado. “Tocaba desarmarlo y meterle la punta del compás para sacarle la punta rota del lápiz”, recuerda.

Con el tiempo ha llegado a la conclusión de que, por regla general, todos los lápices –incuso los de colores– están fracturados por dentro. “El tajalápiz está hecho para funcionar, pero una vez que al tajar el lápiz aparece el fragmento roto; lo perdimos porque el tajalápiz se traba”. Catalina, quien hizo parte de los finalistas del Premio Arte Joven de Colsanitas y la Embajada de España en 2008 y que está próxima a entregar su tesis de maestría en Artes plásticas y visuales de la Universidad Nacional, dice que los mejores sacapuntas son los metálicos que no tienen marca, solo dicen en su cuchilla Made in Germany. Sin embargo, cuando va a tajar un lápiz graso -de cera- acude a las cuchillas de X-Acto por su óptima precisión.

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Diana Beltran 900pxAcuarelas
Camila Barreto
Artista plástica

Aunque no las guardaba en su cartuchera de Rainbow Brite -porque el tamaño no lo permitía- el set de acuarelas siempre ha estado presente en el proceso creativo de Camila Barreto. Cuando tenía 9 años, y salía del English School, en Bogotá, llegaba a su casa a dibujar escenas del campo sobre una cartulina.

Hizo tres semestre de psicología en La Sabana, y se matriculó en la facultad de Artes de la Tadeo cuando se dio cuenta de que en sus cuadernos había más dibujos que apuntes. “La acuarela siempre ha sido una gran aliada para mí en el momento de hacer bocetos porque es versátil. Me gusta la imperfección que existe en la técnica porque uno se puede salir de la línea, se puede borrar, aguar y usar de mil maneras”, explica.

En la universidad, antes de hacerlo todo, fuera grabado o pintura, usaba las acuarelas en los bocetos. Y hoy, en su taller, ubicado en Sopó, donde también vive, no tiene problema en usar las de sus hijos (de 4 y 7 años de edad). Son marca Staedtler y, por lo general, las aplica en una libreta de hojas de papel grueso Fabriano.

“Siempre he usado materiales muy escolares para mi trabajo. Al principio hacía collage y utilizaba papel de piñata. Después de que nació mi segunda hija sentí la necesidad de pintar, y cogí lo único que había en ese momento en mi casa, que fueron las crayolas de mi hijo. O utilizo lo que encuentro en la papelería del pueblo”, concluye la artista.

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Soraya Yamhure Jesurun

Periodista y actriz. Nació en Bogotá en 1985. Su genética es medio libanesa, barranquillera y un 25% caldense. Fan de Depeche Mode y amante de los perfumes, de los textos de García Lorca, de los Stones y del inigualable David Bowie. Para ella, después de la música, el mejor invento de la humanidad son los tenis. Su plan favorito de la vida es ir a teatro. Trabaja en comunicaciones y prensa de la Galería El Museo y allá está haciendo sus

estudios en historia del arte moderno colombiano.

Periodista y actriz. Nació en Bogotá en 1985. Su genética es medio libanesa, barranquillera y un 25% caldense. Fan de Depeche Mode y amante de los perfumes, de los textos de García Lorca, de los Stones y del inigualable David Bowie. Para ella, después de la música, el mejor invento de la humanidad son los tenis. Su plan favorito de la vida es ir a teatro. Trabaja en comunicaciones y prensa de la Galería El Museo y allá está haciendo sus

estudios en historia del arte moderno colombiano.

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