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Crónicas al volante: El último Uber

Crónicas al volante: El último Uber

Ilustración

Iniciando el 2020 Uber dejó de funcionar en Colombia. El cierre de la App nos dejó embalados a miles de usuarios,conductores y familias que vivían de los ingresos que les proporcionaba. Jorge Francisco Mestre hizo esta crónica en la que nos muestra la historia del transporte público y las caras de sus protagonistas a bordo de taxis, Beats, Didis y Ubers.

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Cronicas Al Volante Articulo 2

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a expectativa fue larga. La incertidumbre profunda. Y finalmente terminó el viaje.

Después de seis años prestando servicio, de cambiar para siempre el transporte puerta a puerta en el país, de crear con Allianz una póliza parecida a la de los taxis para asegurar a pasajeros y terceros, de aceptar pagar el IVA (que ha sumado en solo dos años decenas de millones de pesos en impuestos para el erario nacional), de ser declarados competencia desleal, de recibir la orden de dejar de operar y de reiterar en sus últimos días la disposición de negociar y participar de las mesas en que se espera diseñar la futura regulación para plataformas, llegaba la noche del 31 de enero de 2020, la fecha en que Uber debía dejar de funcionar en Colombia.

Supieron hacer ruido. En boca de todos están las dos cifras: 88.000 socios conductores y más de 2.000.000 de usuarios en todo el país que parecen quedarse sin alternativas, según los mensajes de la empresa en su campaña #UnaSolucionParaUberYa. También han sido más de 500.000 las personas que firmaron la petición que una usuaria, Catalina Acosta, creó en la plataforma Change.org; la ciudad y la red ahora están llenas de las vallas publicitarias y los tweets o videos con los que Uber comunicó sus agradecimientos y mensajes de despedida.

Sin embargo, no estoy seguro de que toda esta situación sea tan dramática. Aunque es de imaginar que comparten el miedo de verse obligadas a terminar su operación en Colombia, las demás plataformas continúan y continuarán —al menos por un tiempo— ofreciendo sus servicios. Es más, revisándolas en la mañana de ayer, pude notar que en algunas de ellas ha habido un par de cambios por estos días: la app de Cabify solo deja pedir servicios de taxi, Didi ofrece tanto taxis como socios conductores; y un día antes del cese de operaciones de Uber, la tarde del jueves 30 de enero, Beat enviaba un correo publicitario lanzando Beat Plus, un servicio que parece venir a suplir el vacío de Uber Black. Por su lado, Picap, la competencia en dos ruedas, se tomó todo este problema con un gran sentido del humor en algunas de sus propias vallas publicitarias: “nos despedimos”, decían, “pero del trancón”.

También ha persistido otra duda: ¿cómo se detiene una app? El 29 de enero W Radio señalaba que detener el funcionamiento de Uber no es algo que los operadores móviles en Colombia tengan muy fácil. La emisora resumió las cartas que han presentado las empresas de telecomunicaciones en las cuales indican que no está del todo dentro de sus facultades bloquear el funcionamiento de la aplicación. Según indica el texto de la noticia, “Uber, Uber X y Uber Van comparten recursos (hots) con otras aplicaciones de la misma empresa como Uber Eats [que seguirá operando con normalidad], o con la totalidad de los servicios de la App Uber como Uber Black, Uber Ángel, Uber Pool y Uber X VIP, que no estuvieron en la orden judicial”, sin dejar de señalar que las apps están alojadas en Google Cloud y Amazon Web Services, donde los operadores como Claro no tienen poder alguno.

Pero, sobre todo, había otra pregunta, la que sin duda generaba más inquietud y seguía en el aire: ¿qué iba a pasar en la hora cero?

Sentí nostalgia anteayer, jueves, mientras miraba la app de Uber en mi celular. Hacía un tanto que no la usaba por sus precios más altos. Pero me quedé pensando que alguna vez no me pude despedir de Tappsi, y recordé el video que me mostraron con amargura algunos taxistas cuando comenzó la integración a Easy Taxi y más tarde a Cabify. Aunque me sentía profundamente cursi y un tanto idiota mirando mi perfil, mi puntuación de 4,76 (un promedio de sueños, uno como el que siempre quise en la universidad, prueba de grandes momentos y muchos viajes bien conversados) me convenció. Decidí pedir un Uber.

Me recogió Ricardo Mendoza, socio conductor desde hace siete meses al mando de su Renault Logan. Pelo negro corto y crespo, gafas negras de acetato, camiseta polo verde y jeans. Trabaja de noche. Tiene 38 años y más dudas que yo mismo sobre la salida de la plataforma. “No sabemos qué va a pasar el primero por la mañana. Hasta ahora solo hemos visto tweets de despedida y muchos rumores de pasillo. Unos dicen que hay un trato para continuar mientras se negocia la regulación, otros que va a dejar de funcionar, y otros más que dicen que, como la app es de funcionamiento internacional, que no se va a caer, que va a seguir funcionando. Como el Waze. Pero eso salieron a desmentirlo, porque claro los que seguro cierran son los de las oficinas, o eso es lo que dicen, y sin el respaldo no creo que la cosa siga. Al final estaban diciendo que Uber tenía una sorpresa para el último día. Quién sabe”.

Entonces quise preguntarle más, pero el viaje fue demasiado corto. Mientras le pagaba los siete mil pesos de la carrera, le propuse hacerle una entrevista al día siguiente en los minutos anteriores a la media noche. Para fortuna mía, Ricardo, mi último Uber aceptó.

El punto de encuentro fue Chapinero, no muy lejos del Parque de los Hippies, y desde la bomba vi su Logan parqueado. Cuando hablamos por última vez, Ricardo me contó que había mucho trabajo, que la demanda estaba por el cielo y no había podido parar en toda la noche. Y sí, ahora pienso que la Superintendencia tuvo la inocencia o cierta sensibilidad literaria para dictar que —como si hubieran pensado en el escenario típico del conflicto de taxis y plataformas— el último día de Uber en Colombia, sería viernes de rumba y fin de mes.

En la aplicación, antes de la media noche, a parte del mensaje de “Adiós, Colombia”, todo se veía exactamente igual. Por la tarde, Uber había estado enviando un correo personalizado con algunos datos de la relación de cada uno de sus usuarios con la plataforma: la fecha de registro, el kilometraje total recorrido, el número de socios conductores con los que cada cual viajó, y otros detalles menores. Y al parecer, esa era la sorpresa que le estaban preparando a los usuarios. Pero yo me resistía a creer que eso era todo.

Me subí al carro de Ricardo y el saludo fue breve y cálido. Lo notaba algo inquieto pero amable, pendiente. Mientras arrancábamos, le pregunté por lo que me había dicho ayer, a qué se refería con el respaldo de la plataforma. “Uber es más que el servicio de la app que consigue las carreras. Yo sí he sentido que nos cuidan. Si un usuario le paga a uno menos, responden; si al conductor le pasa algo, responden; si el carro se lo llevan, lo ayudan a uno con la sacada.” Le pregunté con qué lo han respaldado a él. “A mí una vez me atracaron en pleno servicio. Fui hasta Uber y me devolvieron lo del celular. Y he oído más testimonios así de mis compañeros”.

A las 11:53 de la noche la aplicación corría perfectamente. Había algo inusual y verdaderamente extraño en imaginar qué podía pasar. Tal vez alguna falla durante el viaje, que desde temprano la aplicación comenzara a molestar, incluso algo apocalíptico, que la app comenzara a cerrarse compulsivamente como si un virus se estuviera apoderando de mi celular. Pero no, 11:53 de la noche y yo tenía el privilegio (o la desilusión) de ver mi aplicación de Uber inmutable, serena, indiferente.

Mientras nos acercábamos a la portería en que me iba a bajar, le pregunté a Ricardo cómo había terminado en Uber. Sonrió. “Yo trabajé en logística de transportes mucho tiempo. Seguimiento por satélite y esas cosas. Y me quedé sin empleo. Pasé dos meses con mi hoja de vida bajo el brazo, de un lado para otro sin encontrar nada. En un país como Colombia, con las tasas de desempleo que hay, esto es una opción rentable y digna. A mí me ha permitido sostener a mi familia, compartir más tiempo con ellos y dejar de esperar que me llamen de algún lado.” Le pregunté si cree que de verdad esos 88.000 socios conductores van a quedar en la olla. “Hay distintos planes, pero la cosa es muy incierta. Lo que sí sé es que no es solo el problema de los socios y de Uber. Esto genera empleo y mueve la economía más allá de las carreras, hermano. Tanqueamos, cambiamos aceite, llantas, lavamos los carros todos los días. Y todo eso genera empleo, mueve dinero hacia muchos otros sectores. Si las aplicaciones se tienen que ir, no vamos a ser solo los que manejamos los que vamos a quedar en el aire, sino todos los que de alguna manera estamos relacionados con esto.” Le pregunté a Ricardo si entre sus opciones no estaba pasarse a otra plataforma. “Sí, pero es el plan B.” Y cuando le dije que, si entendía, el plan A era seguir con Uber en caso de que siguiera operando, me dijo: “Totalmente. Yo creo que vale la pena aguantar y trabajar como siempre. Esta plataforma para todos nosotros es un sustento. Y, como le dije, en un país con estas tasas de desempleo, defender el trabajo es lo mínimo”.

Nos detuvimos apenas un par de minutos después de las doce. Completamos el viaje y le pagué. Por la avenida pasaron las luces de algunos taxis y varios carros. Lo más probable es que a esa hora casi ninguno estuviera de “particular”. Mientras Ricardo me entregaba las vueltas, le pregunté si la aplicación le seguía funcionando normalmente. “Al parecer, sí.” Y cuando intentó dar click en el botón de inicio, la aplicación no se movió. Revisé mi celular y, a primera vista, todo seguía normal. Ingresé otro de mis destinos habituales como si fuera a pedir otro carro y de inmediato me salió una pantalla que no había visto. “Lo sentimos. Uber no está disponible en tu área actualmente”.

Ricardo se quedó mirando por la ventana. El ruido de un carro pasar por el lado se escuchó perfectamente. “Nos quitaron el trabajo, hermano.” Pasamos otro par de segundos en silencio. “Venga a ver y miro las otras”. Como imaginaba, Cabify y Beat seguían funcionando. Le pregunté qué pensaba hacer ahora. “Pues, será andar con Cabify. Igual, esto sí se veía venir, las demás aplicaciones no van a dejar pasar esto. Para ellas es una oportunidad.” Recordé que Cabify hasta esa misma mañana solo me estaba ofreciendo taxis. Abrí la aplicación y para mi sorpresa volví a encontrar la opción Lite. Y a la hora en que escribo estas líneas me parece claro que ninguno de los socios conductores dejará de trabajar. Como me dijo ayer Ricardo, “mis obligaciones no paran”.

No hubo nada espectacular en lo que viene siendo un hito en la historia colombiana del transporte. Simplemente la aplicación, programada y operada desde algún lugar que la mayoría ignoramos, dejó de funcionar una vez terminó los servicios captados hasta el último minuto. “Lo que ahora me preocupa es que igual a mí me deben lo de varios servicios por tarjeta, y eso lo pagan los martes. Sobre eso no han dicho nada.” Volvimos a quedarnos en silencio. “Qué lástima. Yo sí guardaba la esperanza de que, a pesar de todo, siguiera funcionando.” Un tanto desconcertado, le dí las gracias a Ricardo y me bajé del carro. Segundos más tarde supe que “en agradecimiento a los socios conductores” todos los viajes realizados en las últimas 48 horas solo tuvieron una tasa de servicio del 1%, según anunció Uber en un correo enviado a las 12:00 en punto. Creo que esa sí era una buena sorpresa, al menos para Ricardo y sus colegas.

Mientras subía a sentarme a escribir esta especie de coda a las crónicas que había venido escribiendo, entendí que el verdadero drama no era la salida de la empresa de Colombia. A lo mejor eran, son varias cosas. Es que la empresa hito que llegó a cambiar las reglas de un mercado está por perder a sus socios conductores porque se verán obligados a migrar a otras plataformas, que a lo mejor ya usan, pero que quizás, como Ricardo, no prefieren. Es que miles ciudadanos que manifiestan el deseo de encontrar soluciones para conservar servicios que prefieren sienten que no los escuchan. Es que miles de conductores que encontraron en este oficio un lugar para salir adelante y vivir la independencia ven cómo, de un momento a otro, se les pueden cerrar las puertas de su trabajo. Es la incertidumbre.

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Jorge Francisco Mestre

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

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